lunes, 5 de abril de 2010

Españoles contra el III Reich: Bir-Hakeim, 1942

En los escenarios de guerra norteafricanos se alineaban dos semibrigadas legionarias de la Francia Libre: la 1ª, del general Koenig, y la 2ª, comandada por el general Cazaud. Los efectivos de ambas sumaban 12.000 hombres de los que al menos 3.000 eran españoles.

En el año 1942, 3.500 hombres, bajo el mando del general francés Koenig, se atrincheraron en los restos de un antiguo fuerte turco, Bir-Hakeim, un remoto oasis en pleno desierto libio (También conocido como Bir Al Hakim ó Bir-Hacheim) prestos a frenar, con su sacrificio, el espectacular avance del Afrika Korps, de Rommel, y del Cuerpo Expedicionario italiano por el desierto libio, con el Canal de Suez como primer objetivo. Más de 1.000 de aquellos guerreros eran exiliados españoles -ex soldados del Ejército Popular republicano- y constituyeron la fuerza de choque del campo atrincherado de Bir-Hakeim durante las dos semanas que duró el asedio.

Rommel (izda.), junto al general Nehring

El testimonio del primer general francés, Béthouart, que mandó españoles, fue éste: "La 13 Semi-Brigada de la Legión Extranjera estaba integrada, en particular, por unos 900 españoles, morenos, alborotadores, difíciles de mandar, pero de una valentía extraordinaria".

Otro, no menos valioso, el del entonces joven capitán Jacques París de la Bollardiére, que luchó al lado de los españoles de la citada unidad en Narvik, Noruega, en África y en Italia, nos dice en una de sus cartas: "... (los españoles) eran altivos y humildes a la vez, valientes..., uno de ellos, el joven Zapico, un vasco, murió a mi lado -al volante de nuestro jeep- en plena batalla de Bir-Hakeim, en la que yo también fui gravemente herido".

General Marie-Pierre Koenig (1898-1970)

Aunque en determinadas "memorias" se insiste en lo difíciles que eran de mandar -no de manejar- los españoles, y pese a que todos ellos habían pasado por la piedra de molino de Siddi-Bel-Abbés, no se hace la menor alusión a repercusiones negativas, en el plano militar, de esa peculiaridad al parecer tan ibérica. En cambio, por su eficacia sobre el terreno, a menudo en trances delicadísimos, se les puede considerar soldados muy fiables y fuera de serie.

¿Por qué venían fogueados de nuestra guerra civil? Algo de eso hubo, pero el "quid" de la cuestión estaba en la conciencia política adquirida, a través de esos años de lucha, de que estaban defendiendo algo importante y que esta defensa requería una acción sostenida contra enemigos bien definidos, con los que ya se habían enfrentado por tierras de España, por entonces ya en manos de Franco: sus aliados la Alemania nazi de Hitler y la Italia fascista de Mussolini.

"¡Son indestructibles!"
Es lo que forzará la admiración ajena, ya sea en los fiordos noruegos de Narvik, en las estepas de la Unión Soviética, en Europa o por el continente africano: con estos españoles no hay quien pueda, "¡Son indestructibles!", dirá el general Koening al capitán de la Bollardiére, durante los combates para abrir una brecha y evacuar el campo atrincherado de Bir-Hakeim.

Recordemos el incidente que se produjo en la campaña de Noruega, cuando un oficial francés mandó a un legionario español que rematase a un alemán malherido, tras haber ocupado al arma blanca la famosa Cota 220:

- "¡Hala, dale fuerte y véngate de lo que os hicieron en España!"


Entonces, el español se enfrentó, como loco, con el oficial, gritándole:
- "Pero ¿usted qué se ha creído que somos los españoles? ¿Unos asesinos?"


Si no interviene el sargento Gayoso, el joven, pero veterano legionario español, hubiese ensartado al francés de un bayonetazo".

El Cuerpo Expedicionario francés destinado a Noruega -que acababa de ser ocupada por los alemanes- comprendía la 13 SemiBrigada de la Legión Extranjera (Batallones 1° y 2°), unos 2.000 hombres, de los cuales casi la mitad eran republicanos españoles. Se formó en el campo militar de la Vallbonne, al pie de los Alpes. Allí se crearían también otras unidades legionarias que serían destinadas a la Línea Maginot.

Antes de entrar en combate en el campo atrincherado de Bir-Hakeim -mayo de 1942- los españoles de la 13 Semi-Brigada realizarán una larga marcha que los llevará desde Noruega, pasando por Francia e Inglaterra, hasta el africano Camerún.

La ofensiva germano-italiana comienza el 27 de mayo de 1942 al amanecer. El objetivo principal de las fuerzas del Eje es el puerto libio de Tobruk, desde donde arranca la famosa Vía Balbia, cuya ocupación permitiría a sus columnas motorizadas alcanzar Alejandría y más tarde el Canal de Suez.

Pero esta vez las defensas enemigas de tierra adentro, "Box" la llaman los ingleses, están mejor organizadas que en el pasado. El alto mando inglés, duramente aleccionado por las experiencias anteriores en aquel campo de operaciones, está decidido a obligar a Rommel a desplegar sus unidades y a no subestimar el valor estratégico del sector desértico. De ahí la línea de puestos fortificados, cuyo último "Box"es Bir-Hakeim.
Croquis de la posición de Bir-Hakeim

El primer batallón de la 13 Semi-Brigada ocupa las posiciones del lado Este. El segundo cubre el sector central y está estructurado en destacamentos volantes en disposiciones de acudir a cerrar posibles brechas. En los otros dos, las tropas coloniales negras de Centroáfrica y las fuerzas del Pacífico. Un total de 3.500 defensores de los cuales cerca de mil son españoles.

El armamento de que disponen es éste: 24 cañones del 75, 85 cañones antitanques del 75 y 47 del 25 -la mayor parte de ellos manejados por españoles-, 44 morteros, 72 ametralladoras y fusiles-ametralladores, 18 cañones antiaéreos y 8 ametralladoras antiaéreas.

Todas las posiciones están semi-enterradas. Según un testigo, las de la Legión, cuyos arquitectos tenían, por lo visto, bastante práctica en la materia eran las mejores acondicionadas. Esta disposición protegía a sus ocupantes de los bombardeos enemigos y de algo no menos temible: las tempestades de arena. El hospital de campaña, los depósitos de municiones, de víveres y la gasolina estaban completamente enterrados, así como las sesenta y tres tanquetas -las eficientes Bren-Carriers inglesas-, llamadas muchachas de servicio, porque servían para todo. El ataque germano-italiano contra las líneas aliadas lo protagonizan tres divisiones italianas: Brescia, Pavia y Ariete, y otras tres alemanas: la 15, la 21 y la ligera 90.

El primer parte de la Séptima División Blindada británica, a las 7.30 del día 27 de mayo, dice así: "El enemigo ha iniciado su maniobra de envolvimiento, intensamente apoyado por su aviación y su artillería y se localizan, por el S y el SE, gran número de tanques y vehículos diversos. Levantan grandes nubes de arena. Poco después se divisan una cincuentena de carros de asalto italianos que inician el ataque en orden desplegado. Detrás avanza un segundo escalón compuesto por otros treinta tanques. El eje de la marcha es el campo atrincherado de Bir-Hakeim".

Los tanques se acercan cubriéndose por la cortina de fuego de sus propios cañones. Las piezas del 75 de la posición responden y al poco rato, tocados por los proyectiles y víctimas de las minas, varios tanques italianos quedan inmovilizados. Pero los restantes siguen avanzando y la segunda oleada se pone en marcha hacia el sector que defienden los legionarios españoles. Incluso los antiaéreos de Bir-Hakeim disparan ahora contra los carros de asalto enemigos.

De repente, dice el general de la Bollardière, "por encima de aquella barahúnda artillera, se empezaron a oír gritos en español, mientras los tanques italianos iban y venían, aplastando todo lo que les salía al paso y ametrallando a mansalva. Parece que los estoy oyendo: "¡¡Cómo en Madrid, camaradas!! ¡¡A por ellos!!" Las botellas de gasolina saltaban por todos lados: aquello fue una especie de fuegos artificiales totalmente desconocidos para nosotros, si bien es cierto que los legionarios los habían practicado ya en Noruega, pero en escala mucho más reducida, que no tenía nada que ver con lo de Bir-Hakeim". En adelante, aquello se conocería por el recital español de Bir-Hakeim.
Servidores legionarios de un antitanque en primera línea defendiendo la posición de Bir Hakeim

El cabo 1º de antitanques, el barcelonés José Millán Vicente, nos puntualiza: "Las tres cuartas partes de los tanques italianos puestos fuera de combate lo fueron por los antitanques del 7,5. Y esto, a los españoles, además de restablecer la verdad, no nos quita el menor mérito; puesto que, de los tres pelotones de antitanques que operaron frente a las oleadas de blindados italianos infiltrados, dos estaban mandados por gente nuestra: uno por Enrique Marco Nadal, de Valencia y otro por José Artero, de Tarrasa. Yo combatía con Enrique".

La línea de boxes, que iba desde la costa (Tobruk) hasta el desierto (Bir-Hakeim), defendido por la 150 Brigada británica, caería en poder de Rommel en la noche del 31 de mayo al 1 de junio, capturándose 3.000 prisioneros, 124 cañones y un centenar de vehículos.

Esto permitió a los atacantes volcar sobre el campo atrincherado de Bir-Hakeim importantes efectivos y mayor volumen de fuego. Y, en cierta manera, obligar a sus defensores a prolongar su resistencia, prevista, en principio, para diez días, hasta catorce largas jornadas.

"Todos se decidió en torno a Gott-el-Oualeb -ha narrado el general Bayerlein, jefe de E. M. de Rommel-. Ni siquiera sabíamos que el punto de apoyo central estuviese instalado allí. Por eso nuestros primeros ataques fracasaron. Si no nos apoderamos de él el 1 de junio, los ingleses hubieran podido capturar a todo el Afrika Korps en peso. Al anochecer del tercer día estábamos cercados y casi privados de gasolina. Fue un milagro que nuestros aprovisionamientos nos llegaran a través de los campos de minas."

Legionario del 13 DM en la posición de Bir-Hakeim

El segundo gran ataque contra el campo atrincherado lo conducen unos 150 blindados y un centenar de vehículos auxiliares de las fuerzas del Eje. Son las 7 de la mañana del día 2 de junio de 1942. El avance se estabiliza a cierta distancia y entonces empieza un violentísimo bombardeo. La artillería y los blindados enemigos rivalizan con su aviación en el aplastamiento de los 1.200 nidos-trincheras y de los campos de minas, que los alemanes llaman los jardines del diablo.

Hacia las 10 de la mañana se acerca al campo atrincherado un blindado italiano que enarbola una bandera blanca. Trae un ultimátum del general Rommel. Al leer la nota, el general Koenig, a decir del propio enlace motorista del jefe francés, el español Carrillo, exclama: "Vamos a decirles que se vayan a la mierda, pero se lo diremos finamente".

Ultimátum de Rommel a las tropas de la posición de Bir Hakeim

A la raya del mediodía empiezan a llover granadas del 105 sobre Bir-Hakeim. Todos reconocen que aquello tenía otro aire que el ataque italiano. Ahora lleva la batuta el propio Rommel, quien, en sus memorias, ha escrito: "Raramente en un campo de batalla de África tuve que librar un combate tan duro". El cañoneo durará hasta bien entrada la noche. Y, al amanecer del día 3, Rommel volverá a pedir a Koenig que se rinda.

El segundo ultimátum lo lleva un prisionero inglés, superviviente de Gott-el-Oualeb; se le ha encomendado que explique a los franceses de Bir-Hakeim cómo habían aplastado los alemanes la resistencia del punto de apoyo central del dispositivo británico.

Durante la jornada del día 3, la posición es bombardeada por la aviación germano-italiana una docena de veces, siendo interceptada en varias ocasiones por los cazas ingleses de Alejandría, mientras que los antiaéreos de Bir-Hakeim derriban tres aviones. Los 105 alemanes cañonean la posición por rotación.

Calor, humo, arena y sed
Millán Vicente explica: "A partir del día 3 tuvimos que enfrentarnos con la inaguantable prueba del calor y de la sed. Eran necesarios cinco litros de agua por persona y por día y sólo recibíamos litro y medio. Y a esto se añadía la perturbación de la visión. Vivíamos zambullidos en plena humareda, en medio de una espesa nube de viento, arena y del humo de las explosiones.

El día 4, la aviación enemiga vuelve a bombardear Bir-Hakeim una docena de veces, perdiendo dos aparatos. Mientras que a los cañones del 105 se agregan las piezas del 210. Agravará la situación el hecho de que estos últimos cañones quedan fuera del alcance de las baterías del campo atrincherado. El día 5, el aplastamiento de la posición asediada se limitará al bombardeo artillero".
Al fin, el día 6 por la mañana se desencadena el primer gran ataque combinado esperado por Koenig. He aquí lo que escribió Rommel:

"El 6 de junio, a las 8 de la mañana, la 90 División ligera se lanzó al ataque contra las tropas del general Koenig. La fecha del ataque logró alcanzar un punto distante tan sólo de 800 metros del campo fortificado. Pero una vez más nuestras fuerzas fueron detenidas. En aquel pedazo de terreno, que era un auténtico pedregal, desprovisto de protección, los franceses combatían ferozmente. Por la noche tuvimos que suspender el ataque, aunque nuestros hombres siguieron manteniendo el asedio... Luego, aprovechando la oscuridad, los destacamentos de asalto se replegaron a sus respectivos puntos de partida.

El campo atrincherado, apenas amaneció el día 7, fue sometido a otro intenso cañoneo y nuestra aviación lo bombardeó de nuevo. Y poco después nuestra infantería entraba en acción. Pero en vano. Pese a su empuje y a la dureza de su intervención, este asalto se estrelló contra el fuego concentrado de la defensa. ¡Notable resistencia la de esta plaza aislada del resto del mundo!"


Rommel dirigirá personalmente las operaciones que se escalonan entre el 6 y el 8 de junio, animando a sus hombres e incluso a los italianos, a quienes lanzará estentóreos y guturales: "¡Avanti!, ¡avanti, legionarios!".

Leemos en el diario de marcha de la 13 Semi-Brigada "...las ametralladoras pesadas del enemigo dispararon durante cuarenta y ocho horas sin la menor interrupción, día y noche, sobre la posición Bir-Hakeim. Y cuando algún soldado aliado no español comentaba, con aire dramático, la situación, siempre había un ibérico -en este caso el barcelonés Perxachs- que lanzaba: "Bueno, bueno, ...que no hay para tanto. Fijaos aquí, en esta madriguera, estamos siete topos. Los mismos que cuando empezó el asedio, sin un rasguño casi.
¡En el Ebro ya la hubiésemos palmado todos! ¡Aquello si que fue un festival de aupa!"


El día 9 el programa será idéntico a días anteriores. Por lo menos durante la mañana, ya que al mediodía el cañoneo y los bombardeos por vía aérea volverán a arreciar, centrándose en los campos de minas.

De los cincuenta y tantos mil artefactos semienterrados que rodeaban la posición Bir-Hakeim, antes del primer ataque del día 6, se calcula que estallaron la mitad.
Aquel día, a las 5 de la tarde, Koenig recibe un mensaje de la 7ª División Blindada británica informándole que la posición Bir-Hakeim ya no es esencial. El general francés decide, pues, abandonar el campo atrincherado en la noche del 10 al 11. En una orden muy confidencial se prescribe que los zapadores-minadores, apenas anochezca, abrirán en la zona minada un corredor de unos 200 metros de ancho.

La primera unidad en salir será la Legión. "A tout Seigneur, tout honneur". Ese honor lo han conquistado los legionarios solventando las papeletas más críticas que la guarnición asediada ha conocido. Su misión consistirá en hacer frente a su enemigo en los flancos del corredor, hasta que la columna haya salido de Bir-Hakeim.

A las 00:15 horas del día 11 de junio de 1942, los primeros destacamentos de legionarios, compuestos principalmente por españoles, salen de sus posiciones. Apenas se inicia el despliegue, desde el campo enemigo empiezan a brotar bengalas y pronto el cielo se llena de surcos azules que, al caer, iluminan amplias zonas del campo atrincherado. Los legionarios se abren en abanico y se lanzan al asalto de los nidos de ametralladoras enemigos con la bayoneta calada.

Es el capitán francés Lamaze el que conducirá la carga de las tanquetas Bren-Carriers, que están dotadas de un fusil-ametralladora Bren, contra los puestos de artillería enemiga. La concentración de treinta y tantos Bren-Carriers se hace en un santiamén.

"Nunca se podrá reproducir aquella espeluznante carga, ni en el mismo cine, con todos sus trucos -ha narrado el propio Koenig-. Vi al capitán Lamaze meter su tanqueta en la zona minada, como si tal cosa, cruzarla como un meteoro y arremeter contra una posición enemiga. Y al teniente Davé, dirigiendo su tanqueta contra otra posición, aplastándola; y en seguida poner proa hacia otra y luego enfrentarse con una pieza de artillería, que tiraba a bocajarro, como en un duelo a pistola. Y vi saltar su tanqueta en pedazos por los aires..."

Puntualizamos: la mayoría de esas tanquetas iban conducidas por legionarios españoles.

"...¡Como en Madrid!"
En menos de una hora, en una zona -la de Las Mamelles- donde el tableteo de las ametralladoras coreaba el agudo silbido de los obuses y donde, con una magnitud extraordinaria, las voces humanas tenían ecos sobrenaturales: "¡A mí, la Legión! ¡Adelante, legionarios!, estallan otra vez recias voces castellanas: ¡Vamos, muchachos, a por ellos! ¡Cómo en Madrid, camaradas...! ¡Que ya son nuestros!..." aunque alguna vez, como en el caso del capitán Putz, un austriaco de las Brigadas internacionales, los gritos de combate se tiñan ligeramente de acento sajón".

Las tanquetas consiguen ensanchar el corredor y, en las dos últimas horas de oscuridad, como para recompensar y proteger a los esforzados paladines de la libertad, una espesa niebla cubre el campo de batalla. La columna entera sale antes de que amanezca y se dispersa por el desierto para acudir por mil senderos, al lugar de la cita: un determinado mojón de la pista militar británica número 837, a unos diez kilómetros al NE de Bir Hakeim.

"Nosotros salimos poco antes de medianoche -sigue explicando el legionario barcelonés Millán Vicente-. Teníamos cita con los elementos motorizados británicos en un punto donde los ingleses tenían instalada una gasolinera volante. Yo salí junto con uno de Tarrasa, José Artero, que caería prisionero aquel mismo día. Perdimos bastante gente, a causa de los ametrallamientos aéreos y otros se despistaron y no encontraron los camiones. Tres jornadas duró nuestra marcha y a medida que nos recuperaban, los ingleses nos enviaban a Ismailia, a orillas del Nilo, donde se reorganizaría la 13 Semi-Brigada".
Soldados italianos observan la posición de Bir Hakeim, defendida por los 500 legionarios que quedaban, bajo los bombardeos en alfombra de 200 Stukas alemanes

Hubo quienes llegaron al sector inglés al cabo de una semana. "Entre estos retardatarios se encontraba Joaquín Rufi El Yayo, un barcelonés del distrito quinto, muy castizo él -recalca Millán Vicente-. Venia que parecía una momia egipcia acabada de desenfundar. Todo aquel grupo eran auténticos espectros y pocos de ellos sobrevivirían, a causa de la deshidratación. El Yayo fue uno de los escasos resucitados". Del destacamento dejado en Bir-Hakeim, para desorientar al enemigo, unos 500 hombres -entre ellos la casi totalidad de los efectivos del Batallón del Pacífico-, se supo que, al amanecer el día 11, los alemanes habían bombardeado y ametrallado la posición con 200 Stukas, arrasándolo todo.

Supervivientes de la guarnición de Bir-Hakeim tras enlazar con los británicos en Ismailía

De los 3.500 hombres del campo atrincherado de Bir-Hakeim, una tercera parte perdió la vida en la batalla que duró desde el 26 de mayo al 11 de junio de 1942. Y de los que salieron de la posición asediada en la noche del 10 al 11 unos 1.250 combatientes, tan sólo medio millar alcanzaron el campamento militar de Ismailia. "En los combates nocturnos para abrir la brecha de salida -asegura Millán Vicente- los legionarios tuvimos, entre muertos y heridos, cerca de 400 bajas".

Al ocupar Bir-Hakeim, el día 11, a media mañana, los alemanes recogieron cerca de 200 cadáveres, otros tantos heridos, y a un centenar de prisioneros. Estos últimos serían enviados a Túnez y embarcados en Bizerta con destino a Italia. Pero, durante la travesía, un submarino inglés torpedeó el barco y lo hundió. En el naufragio perecieron 50 legionarios españoles. En una de estas expediciones se encontraba el tarrasense José Artero que luego, en el avance de las fuerzas aliadas por Italia, sería liberado por éstas.
Días más tarde, Rommel entraba en Tobruk y en una de sus fulgurantes ofensivas -la última con estilo rommeliano- se presentaba a las puertas de El-Alemein a un centenar de kilómetros de la base naval británica de Alejandría. Pero de allí no pasó. Aquella sería su última incursión, también, en dirección al Este.

Las dos semanas de resistencia en Bir-Hakeim habían permitido a los ingleses replegar a sus castigadas unidades a segunda línea, proceder a su completa reorganización y establecer una línea fortificada que cerró el paso hacia el Canal de Suez a los blindados enemigos.

El mismo Adolf Hitler ordenó que los prisioneros hispano-franceses de Bir-Hakeim fueran ejecutados, pero Rommel se negó a ello. Éste, impresionado por la resistencia de la Legión francesa, y dándose cuenta que los presos franceses morían de sed, dio la orden de asignarles la misma ración de agua que recibían sus propios soldados.

En esta gran derrota de Rommel, valga el recuerdo, los republicanos españoles de la 13 Semi-Brigada de la Legión Extranjera Francesa habían jugado un papel importantísimo como fuerza de choque. Con el revés de Bir-Hakeim y de El-Alemein se abriría para Rommel, el Zorro del Desierto, una interminable cadena de pesadillas cuyo último eslabón sería su suicidio, por encargo de su idolatrado Führer.

sábado, 3 de abril de 2010

Españoles contra el III Reich: Narvik, 1940

La 13 Demi-Brigade de la Legion Extranjera estaba integrada, en particular, por unos 900 españoles, morenos, alborotadores, difiles de mandar, ...pero de una valentia extraordinaria". (General Béthouart)

En la batalla de Narvik actuarían dos batallones de la más tarde famosa 13ª Semibrigada de la Legión Extranjera Francesa. La mitad de sus efectivos eran republicanos españoles veteranos de la Guerra de España: un millar de hombres lucharon con bravura contra los nazis, de los que casi la mitad quedarían para siempre por tierras noruegas.

LOS ESPAÑOLES EN LA BATALLA DE NARVIK, 1940
Gonzalo Romero Yáñez-Barnuevo - 2005

Es muy poco conocida la intervención de los republicanos españoles en la batalla de Narvik, en 1.940. En España, por razones obvias no se dio publicidad al episodio y los franceses, por su parte, no estaban demasiado interesados en resaltar que unos “rojos” españoles les estaban sacando las castañas del fuego mientras otros franceses asistían y aplaudían los paseos militares de los alemanes por su patria.

La 13 Demi-Brigada (13 DBLE) de la Legión Extranjera fue creada en febrero de 1.940. Era un Regimiento de infantería con dos batallones y una Sección Motorizada, en total, cerca de 2.000 hombres, la mayor parte de los cuales eran voluntarios españoles. El General Bethouart, que mandaría la expedición francesa a Noruega, en la que la 13DB recibió el bautismo de fuego, dice que había 500 españoles. Eduardo Pons Prades cita que eran casi la mitad, es decir, unos 1.000 y que cerca de 500 resultaron muertos.

El testimonio de los antiguos mandos franceses de la Unidad habla de que, con la incorporación de los españoles se creó un espíritu de camaradería entre oficiales, suboficiales y tropa, absolutamente desconocido hasta entonces en la Legión, así como una quiebra de la disciplina legionaria tradicional, sin que esto supusiera una merma en la eficacia combativa.

En 1.940 el Consejo Supremo Interaliado decidió una operación de ocupación de puertos noruegos, sobre todo Narvik, en el extremo norte de Escandinavia, por dónde se embarcaba el hierro de las minas de Suecia con destino a Alemania.

Pero el III Reich fue más rápido y se adelantó a los aliados. El 9 de abril invadió Noruega, ocupando Narvik. Los Cuerpos expedicionarios británico y francés ayudaron a las fuerzas noruegas en un intento de recuperar el territorio ocupado por la Werhmacht, más ante la enorme superioridad enemiga, la operación aliada debió concentrarse exclusivamente en la reconquista de la zona septentrional del país, donde está Narvik.

Sector de Bjerkvik, al norte de Narvik, la zona asignada al desembarco de los españoles de la 13 DBLE

Bjerkvik, pasto de las llamas durante los combates de mayo de 1940

La ensenada de Narvik visto desde Bjerkvik, en la actualidad

Croquis de los fiordos de Narvik

La 13 DBLE recibió su bautismo de fuego el 12 de mayo en Bjerkvik, al norte de Narvik, en lo que es el primer desembarco de fuerzas, bajo fuego enemigo, de la II Guerra Mundial.

Los legionarios tuvieron que combatir en la ofensiva por terrenos muy escarpados, fáciles de defender y frente a unidades alemanas de montaña muy escogidas. Los defensores de Bjerkvik desarrollaron una feroz resistencia y el desembarco y posterior avance hacia Narvik costó muchas bajas a la 13DB.

Los nazis contaban con una clara ventaja y pese a todo, los batallones de la 13DB demostraron un ímpetu ofensivo y una resistencia extraordinaria. En la toma de la cota 220, un legionario español llamado Gayoso, ganó la primera medalla militar francesa. Fue la primera condecoración al valor concedida a un español. Le seguirían varios millares de medallas en el curso de la contienda.

La 13 DB se lanzó al asalto de Narvik, que consiguió liberar el 28 de mayo. Su gesta fue inútil, pues en esta fecha el Alto Mando Aliado había decidido la retirada total de Noruega, en vista del desastre que se estaba produciendo en el frente francés. El 7 de junio, los últimos efectivos aliados, es decir la Sección de demolición de la 13 DB, abandonaban Noruega para dirigirse a Inglaterra.

Cuando el general De Gaulle se presentó el 30 de junio de 1940 ante la 13DB acantonada en el campamento de Trentham Park, pidió a los legionarios que se unieran a la Francia Libre. 900 legionarios, de los cuales 600 eran españoles, se unieron al General.

El 4 de abril de 1995, el diputado por Sevilla, Luis Yáñez-Barnuevo, en nombre del PSOE, presentó ante el Congreso de los Diputados una proposición no de ley, solicitando la “creación de una Comisión que organice actos de homenaje a los españoles que participaron en la Segunda Guerra Mundial”.

Decía el diputado en el curso de su intervención: “…No quisiera dejar de citar a los que me parecen más destacados y también menos conocidos, como la participación de 2.000 españoles en la batalla de Narvik, en Noruega. Narvik es un puerto noruego que cobró gran importancia en la II Guerra Mundial, porque de él salían millones de toneladas de hierro destinadas al Ejército alemán.

En 1.940, los aliados se propusieron tomar y neutralizar Narvik y lo consiguieron no sin un elevado coste humano gracias a la unidad de la Legión Extranjera de la que formaban parte los citados españoles. En el cementerio de Narvik existe una modesta lápida con los nombres de centenares republicanos españoles que reposan allí para siempre. En España, país tan desagradecido con sus héroes, se les sigue ignorando, pues muy pocos paisanos conocen de su existencia y los hechos que protagonizaron dejando el pabellón de su país muy alto.

Londres, 1940. Serapio Iniesta y Sixto, dos españoles enrolados en la 13 Demi-Brigade

Los pocos supervivientes de esta batalla se embarcaron después de cubrir la retirada de sus camaradas franceses, para Inglaterra donde el General De Gaulle acababa de hacer el llamamiento de la Francia Libre en junio de 1.940.”

Otros españoles quedaron en los riscos, como el sargento legionario catalán Joan Ramón Pujol de Vilallonga, hijo de un alcalde de Lleida y conocido “playboy” de la época, que, una vez agotada la munición cayeron prisioneros, fueron salvajemente torturados por las SS y posteriormente fusilados en el mismo campo de batalla, cuyos restos yacen en el cementerio militar de Franske Kirkegarr de Narvik.

Más de 500 españoles de la 13 DBLE reposan en el cementerio de Guerra de Narvik

George Blond (La Legion Etrangiere): “...También había algo que era una novedad en la Legión : un fuerte contingente de españoles, desterrados políticos. Según ciertos testimonios, su irrupción había dado cierto matiz al clima legionario. Disciplinados, aguantadores, aceptaban la dura instrucción de Bel Abbés, pero esos españoles, manteniéndose codo a codo en una solidaridad excepcional, habían hecho comprender a algunos suboficiales, un poco demasiado estilo antiguo régimen, que la época de las bromas pesadas había pasado sin retribución ya había pasado.

Buen número de oficiales les había visto con desconfianza, llamándolos “los comunistas”, y hasta lamentándose de que se les hubiese llevado a Noruega. Sin embargo, estos rojos o ex rojos, dignos herederos de las virtudes militares de su raza, se batieron como leones en las sierras cubiertas de nieve de Noruega.” ...“La mayor parte de los grandes convoyes de tropas, de armas y material ya habían zarpado de Narvik, y ahora constituía la retaguardia la Legión que estaba embarcándose.

En el rostro de estos hombres se veía una expresión de desdeñosa indiferencia. Pero algunos eran la excepción: los acemileros, españoles en su mayor parte. Los británicos se negaban a reembarcar los mulos: no había tiempo ni espacio para ello y los británicos tenían ganas de salir zumbando de allí. Los acemileros desconsolados, abrazaban el cuello de sus bestias, les decían palabras cariñosas. Esos mismos hombres habían avanzado lanzando granadas en medio de la carnicería de Bjervik. Algunos lloraban al abandonar su acémila. Luego, los transportes y los buques de guerra se alejaron.”
Bir Hakeim, 1941:
“La cosa empezó a caldearse. Los cañones de los tanques y los nuestros se disparaban mutuamente casi a quemarropa. Los tanques giraban sobre si mismos, yendo y viniendo, aplastando cuanto podían. Nuestros españoles comenzaron a gritar “¡Vamos! ¡Como en Madrid!” y se pusieron a lanzar botellas de gasolina contra estos tanques y a treparse en ellos para disparar sus pistolas a través de las aberturas. Los ocupantes abrían sus torrecillas y se entregaban.

A las 10 de la mañana, todos los tanques que no habían llegado a Bir Hakeim comenzaron a dar media vuelta. El ataque había sido rechazado. Treinta y dos tanques destrozados estaban diseminados por el terreno. La Legión había tomado cerca de cien prisioneros, entre ellos solamente un coronel.”

General Béthouard, comandante del Cuerpo Expedicionario Francés en Narvik

Agustín Roa Ventura

El autor de esta narración, español exiliado y residente en Inglaterra desde el final de la Guerra Mundial, ha conocido a compatriotas que participaron en la batalla de Narvik formando parte de la Legión Extranjera francesa. Su relato, que nos ofreció en ocasión de nuestro concurso sobre la actuación de los españoles durante la Segunda Guerra Mundial, aparece hoy como complemento al relato de aquella heroica y singular aventura en las lejanas tierras de Noruega.

Agustín Roa a la izquierda, autor de este articulo, con el uniforme tropical británico, durante su estancia en Argel en 1943.

Un año después de cruzar la frontera franco-española, centenares de
supervivientes del Ejército Republicano español —que se enrolaron en la Legión Extranjera, para poder salir de los campos de concentración franceses— formaban parte de un contingente militar que se organizaba en Sidi-bel-Abbés, en Argelia, destinados a enfrentarse según se rumoreaba con las tropas rusas que atacaban Finlandia, en el invierno de 1940. Aquella situación, en la serie de contradicciones que tuvo la guerra 1939-1945 para el mundo en general y para los españoles en particular, logró evitarse debido a otros acontecimientos imprevistos.

En la mañana del 9 de abril de 1940, los alemanes anunciaron la ocupación de Dinamarca y
Noruega, con el propósito de «asegurar la neutralidad de ambas naciones». El Consejo Supremo Militar de los Aliados se reunió con urgencia y optó por apoyar incondicionalmente a los países atacados. Los alemanes fortificaron los puntos estratégicos de la costa noruega y emplazaron su artillería y ametralladoras en los fiordos más sobresalientes del país. En Londres, el Primer Ministro Neville Chamberlain, confirmaba, en un discurso ante los diputados ingleses, la gravedad del momento.
Las dos brigadas de Cazadores de Montaña alemanas estaban al mando del General Eduard Dietl, un veterano de la Gran Guerra y hombre de gran experiencia en operaciones en terreno montañoso que supo desplegar sus fuerzas replegándolas justo antes de cada ataque y volviendo a atacar al enemigo por su retaguardia.

Al amanecer del día 10 de abril, destructores ingleses atacaron a los
alemanes que ocupaban Noruega. El almirantazgo británico facilitó un comunicado negativo. Era la primera batalla naval entre ingleses y alemanes, y la superioridad nazi causó la pérdida de muchas vidas, material de guerra y el hundimiento del destructor «Hunter», que había participado en la vigilancia de la costa española en 1936.

Con media Europa ocupada por los nazis, la neutralidad de los Estados Unidos, el fraude militar conocido por el pacto de «no agresión» entre Rusia y Alemania, y el preludio de la retirada de las fuerzas francesas de sus principales defensas, incluyendo la línea Maginot, con sus mandos y su Gobierno en desbandada, la situación obligó a los ingleses a deshacerse de Chamberlain primero, y con Churchill, al frente del Gobierno, emprender la reconquista de los países ocupados por los nazis. Los exiliados españoles ofrecían las mejores garantías en la lucha contra el fascismo. Los acontecimientos posteriores lo confirmaron.

EJERCICIOS EN LOS PICOS SUIZOS

A mediados de febrero, de aquel año, tres cruceros franceses transportaban la expedición militar de legionarios organizada en Sidi-bel-Abbés.

La mayoría de estos hombres eran españoles... De Oran fueron a Marsella, y desde allí, se les destinó a las montañas fronterizas con Suiza. Alguien, militar o diplomáticamente bien situado, tenía sus proyectos. Los españoles se ejercitaban por los picos alpinos. Así estuvieron hasta que regresaron a Francia, embarcando el día 12 de abril de 1940, en el puerto de Brest, a bordo del «Villa de Argel». A los expedicionarios se les agregaron fuerzas regulares francesas, formándose en aquella ocasión la famosa 13eme. Demi-Brigade de la Legión Extranjera, que tanto se distinguió en Noruega.

Una colisión con otro buque les obligó a hacer escala en Liverpool, en donde la población inglesa les tributó un inolvidable recibimiento. Salieron del puerto entre los días 18 al 20 de abril, escoltados por la escuadra británica, entre cuyos navíos figuraba el portaaviones «Glorious», hundido poco después. Dos semanas más tarde, llegaron a las aguas noruegas, penetrando sigilosamente sin encontrar resistencia, hasta que fueron sorprendidos por un avión alemán que descargó sus bombas sobre los expedicionarios.

El día 3 de mayo empezaron a contarse las víctimas antifascistas, entre ellos, los españoles Aniceto Carrillo y Emilio Rodríguez, y el polaco Antoine Bogdanski. A la mañana siguiente, se identificaba a otro español muerto: Francisco Forniales. Durante seis días estuvieron los españoles desembarcando material de guerra y equipos militares que almacenaron en las barracas habilitadas al efecto cerca del fiordo y en la falda de la montaña. Lo que no habían conseguido los ingleses en su primer encuentro con los alemanes, lo lograban los expedicionarios de la 13 Demi-Brigade.

El almirante inglés Sir W. M. James, en su obra «The British Navies in the Second World Mar», confirma que la Legión Extranjera desembarcó el 8 de mayo en Herjangs Fjord, siendo objeto de bombardeo aéreo y de los disparos de la artillería costera inutilizando el enemigo a más de doce buques de guerra, transportes y barcos de carga; entre los hundidos figuraba el crucero «Curlew».

TREINTA MINUTOS INDESCRIPTIBLES

La operación militar empezó e medianoche. Las aguas eran perturbadas por el movimiento pesado de los buques mercantes cargados de material de guerra y soldados. La flota inglesa les protegía. A los cañonazos de los buques de guerra respondieron los alemanes. Pusieron en juego todo su dispositivo artillero. De pronto, el litoral costero empezó a arder. El cielo rojo, y roja el agua por el reflejo del fuego. Amontonados en enormes barcazas fueron lanzados los expedicionarios al asalto y conquista de Bjerkvik. Las balas silbaban por encima y los lados de los españoles. Los obuses enemigos que no hacían blanco removían el mar y levantaban pirámides de agua. Los que alcanzaban su objetivo destrozaban barcas y cuerpos. Muchos hombres desaparecieron, entre ellos, varios españoles, tragados por las aguas revueltas. Otros fueron identificados y enterrados después: Juan Garrido, Clemente Belsa, Emilio Blanc, Juan Lozano...

La batalla duró media hora. Treinta minutos indescriptibles, en los cuales no había tiempo para besar la fotografía de la madre, la esposa o el hijo que había quedado en España. Media hora sin tregua para pensar; ni tan siquiera para dejar correr una lágrima. En la guerra no hay tiempo para llorar, y los españoles tenían secos sus ojos, después de tanto sacrificio.

ESPIRITU DE LUCHA

Cuando llegaron a la costa empezó el desembarco de efectivos, y la persecución de los nazis. Había que cruzar más ríos y escalar montañas. El ayudante de una de las secciones de españoles encargó a un joven checo y a otro español la misión de guías, El español, un cenetista aragonés, Manuel Espallargas, llevaba encima el dolor de haber perdido a su esposa, fusilada en España.

Detrás de estos dos hombres iba la sección, luchando contra las inclemencias del terreno y el agua helada. Un testigo, el capitán francés Pierre 0. Lapie, condecorado con la Cruz de Guerra por su comportamiento militar en Noruega nos dice: «Los españoles reconocían en aquellos caminos tortuosos algo parecido a sus propias sierras. Saltaban de un lado para otro como tigres y nunca parecían estar agotados. Si hubo algunos oficiales que tuvieron aprensión de aceptar en la Legión —creyendo que eran comunistas— a los republicanos españoles, ahora estaban orgullosos y satisfechos de su espíritu de lucha. Un ejemplo fue el caso del joven español que atacó y conquistó una posición de ametralladoras de los alemanes en Elvegaard» (With the Foreign Legion at Narvik).

El joven checo y el español, separados por unos cincuenta metros de distancia lograron alcanzar la otra orilla del río. Una ametralladora enemiga les fue persiguiendo todo el camino, revolviendo las aguas del río primero y la tierra después. La sección les seguía. Al alcanzar ésta la pasarela resultaron varios heridos y un español muerto. Al llegar a la cúspide de la montaña se encontraron cara a cara con los alemanes, apoyados por un nido de ametralladoras. El asalto duró casi diez horas, muriendo un español llamado Mérida; los alemanes se rindieron. Tras breve descanso, prosiguieron el avance hacia las altas montañas todas cubiertas de nieve. A las tres horas de marcha descubrieron un lago helado que había servido de campo de aterrizaje de la aviación enemiga. Encontraron doce trimotores Junkers abandonados y armamento suelto. Sin tomarse ningún descanso, siguieron escalando. Cargados con armas y provisiones. Físicamente destrozados, cinco horas después, llegaron a lo alto de la montaña. No era el cielo, pero se hizo el milagro: en la cima más alta que domina Narvik había hombres. Guerrilleros noruegos, protegidos por la altura. Estaban allí desde el primer momento de la invasión alemana, y era la primera vez que resistentes y liberadores lograban confraternizar. Los primeros en establecer enlace y abrazar a los guerrilleros noruegos fueron los españoles Espallargas, Queralt y el ayudante de la sección.

Españoles enterrados en Narvik

Tras de asegurar la posición en lo alto de la montaña, descansaron, no sin recibir frecuentes bombardeos de los aviones enemigos. Se recogían cuerpos inertes, entre ellos los españoles Roberto Fortunato, Manuel Ferrer, Alberto Alegre, Luis Lorenzo, José Goyot, Francisco Salvador, Juan Dulia y Luis Felipe. Sus vacíos en las secciones no podían ser cubiertos, pero los supervivientes continuaban. Unas veces desmoralizados, al verse protegidos solamente por cuatro cazas: dos ingleses y dos franceses, llegando a pensar que era toda la defensa aérea de que contaban contra los invasores alemanes. En otras ocasiones se sentían fortalecidos, especialmente cuando se ordenó a una sección de legionarios, la mayoría españoles, apoderarse de unas barcas enemigas. Aquella operación fue sólidamente protegida por dos baterías de tierra y los disparos de los buques de guerra que, sin descanso alguno, limpiaron la costa de alemanes, a la vez que abrían camino para el desembarco por la parte de atrás de Narvik, con la intención de cortar la línea ferroviaria y con ello todo medio de comunicación y transporte del enemigo. Los alemanes retrocedían, perseguidos hacia las montañas y hacia los túneles de la línea ferroviaria. También en esta zona de la guerra en Noruega murieron españoles: Pedro Bartolí, Jorge Chirol, Mariano García, Bautista Bernabé, Juan Mira, Antonio Sierra y el sargento Ramón Pujol, de Vilallonga (Tarragona), cuyos cuerpos fueron enterrados en el cementerio de Franske Kirkegarr. Otros desaparecieron en los barrancos cubiertos de nieve. Esa era la ofrenda a la libertad que España daba al mundo.

Dos españoles hicieron 14 prisioneros. Centenares de compatriotas protagonizaron una de las batallas más arriesgadas y peor conocidas. El pueblo noruego no los ha olvidado. De los 800 españoles desaparecidos en la batalla de Narvik, muchos aparecen con su nombre, grado y número de legionario en los cementerios militares del país.

Fuerzas polacas relevaron a los españoles en aquel sector. La misión de éstos en Noruega había terminado. A las órdenes de un general francés embarcaron hacia Francia, pero los precipitados acontecimientos militares en aquel país y el nuevo carácter de la guerra, hizo, una vez más, cambiar el rumbo de los expedicionarios. La campaña militar en ciernes debía librarse en Francia y en África del Norte. Era otro capítulo militar de la contribución española en la Segunda Guerra Mundial, sobre lo que sólo algo se ha dicho y escrito por sus participantes.

El mismo año 1.940, el poeta sevillano Antonio Aparicio, muerto en el exilio, recordó así la gesta de Narvik:

"Narvik

Tumbas de Nieve

Amortajadas de frío

Bajo las estrellas del Norte.

Y la nieve sobre ellos.

Y el olvido.

Juan Andalucía, Pedro

Valencia, Manuel del Miño,

Rafael Extremadura,

Ahora lejanos, ahora

Enterrados en Noruega

Y perdidos.

¿Habéis visto alguna vez

Enterrados las guitarras

Y los gritos?

¿Las navajas ateridas?

¿Yerto el valor bajo el frío?

Ellos venían del Sur

(El Sur: naranjos y olivos,

La tarde sobre el laurel,

La luna por los caminos)

Desde el Sur…

Cuando mordían un suspiro

El paladar les sabía

A limonares cautivos.

Hijos de España, la tierra

Que cruza, llorando, un río

Por cuya ribera fueron

“con el Quinto, Quinto, Quinto…”

Bajo la tierra noruega

Yace el batallón cautivo.

Batallón de las batallas

Españoles del olvido.

Por ellos, al Sur de Europa,

Crecen llantos, mueren lirios."

Historia y Vida Nº 119 febrero 1978

viernes, 2 de abril de 2010

Guerrilleiros: Vida y muerte de Foucellas

Mosquetón de Foucellas, en el Museo Militar de A Coruña

Carlos Fernández (A Coruña)

La leyenda que acabó en el garrote vil


"Si no te pones nervioso no te haré daño", le dijo Mariano a Benigno tras tocarle suavemente la nuca con las yemas de los dedos. Mariano, como buen verdugo, sabía que una buena incisión del garrote vil causaba la muerte en pocos minutos, que era lo que deseaba para el famoso guerrillero Benigno Andrade, «Foucellas», de cuya ejecución se cumple medio siglo el próximo miércoles.

Benigno había nacido el 22 de octubre de 1908 en Cabrui (Curtis) en un lugar denominado As Foucellas, del cual tomaría el nombre. Fue a la escuela primaria, en donde aprendió las cuatro reglas y otras nociones elementales, y muy joven comenzó a trabajar en Curtis en las faenas del campo. También lo hizo en una lechería. Los vecinos le recuerdan como un joven alegre, simpático, extrovertido, amigo de divertirse en ferias y bailes.

Posteriormente trabajó en las minas de carbón de Fabero (Ponferrada), retornando después a Curtis, en donde se casó con la joven María Pérez, española nacida en Argentina, que trabajaba en casa del médico del pueblo, Manuel Calvelo. Tuvieron dos hijos: Josefa y Sergio, que dado el trabajo de su madre estuvieron recogidos en casa de una tía de aquella en Maside.
Casa natal de Benigno Andrade "Foucellas" en Cabrui (Curtis)

Benigno entró a trabajar luego en el depósito de maderas de Torres, siendo entonces cuando simpatizó con la célula comunista de Curtis, que dirigía el doctor Calvelo y su esposa Isabel Ríos, funcionaria de Hacienda.

La Guerra Civil 

Cuando el 20 de julio de 1936 se produjo en Galicia el alzamiento contra la República, Benigno se encontraba en Curtis. Su ardor en defensa del gobierno le hizo enrolarse en una columna que se dirigía a A Coruña para ayudar a los resistentes, pero, ante la imposibilidad de hacer algo práctico, se dio media vuelta en el puente Pasaje y retornó a Curtis. Ya en casa, y temeroso de las represalias a que se podían ver expuesto debido a su participación en varias requisas de armas en Fisteos y de dinamita en la estación de Teixeiro, Benigno, como otros compañeros suyos, se echó al monte. Cayó víctima de un ataque de difteria y estuvo refugiado por la zona de Curtis durante toda la guerra con la ayuda de los habitantes de la comarca. En esta época de fuxido fue llamado a filas y declarado prófugo por no presentarse a hacer el servicio militar, apareciendo el clásico bando de «busca y captura» por los ayuntamientos de la comarca.

Foucellas, Guerrillero

No fue hasta 1941 cuando la Guardia Civil le supuso al frente de una partida de guerrilleros que operaba por la zona de Sobrado–Arzúa y que estaba mayormente formada por prisioneros republicanos escapados de unidades disciplinarias instaladas en Galicia. Benigno -recordará Isabel Ríos- tenía una ayuda importante en su hermana Consuelo, que le servía de improvisada espía gracias a su trabajo en el Cuartel de la Benemérita.

Años después, parece que en el 43, se unió al grupo del guerrillero denominado teniente Freijo de Lugo. Actuaban mayormente en la zona de Curtis y Ordes e iban bien armados. La mayor actividad de Foucellas parte, como la de toda la guerrilla, del triunfo de los aliados en la guerra mundial. Un ejemplo de sus famosos golpes de mano se produjo en febrero de 1945, cuando se le atribuyó la muerte del cabo de la Guardia Civil Manuel Bello, en Curtis.

No tardó el “guerrilleiro” en tener problemas, y, a primeros de marzo del 45, Benigno se hirió fortuitamente con su propia arma. Sabedora del hecho, la Guardia Civil se desplegó por toda la zona, pero sus compañeros consiguieron llevarlo a A Coruña para que fuese operado en el sanatorio de San Nicolás, en plena plaza de Vigo.

Aún convaleciente, Foucellas fue trasladado a una casa del barrio de Monelos, en donde permanecería seis meses. Durante esta época, el guerrillero tenía el desparpajo de asistir al estadio de Riazor para presenciar partidos del Deportivo, de quien era ferviente seguidor, especialmente del guardameta Acuña.

En enero de 1947 ya estaba en la lucha de nuevo. En la parroquia de Olos, intervino en unos hechos en los que resultaron muertos Antonio Mosquera y Manuel Sánchez. Sin embargo, pronto cambió la zona geográfica de sus actuaciones debido a las discrepancias con sus compañeros de partida Gómez Gayoso y Seoane. La muerte de Manuel Ponte, en abril del 47, hizo que Benigno marchase a Pontevedra como jefe de la Quinta Agrupación.
Dibujo de Luís Seoane (1971) dedicado al guerrillero Manuel Ponte

Los tiempos se tornaron dificiles para la guerrilla y el 6 de noviembre de 1948 fueron agarrotados en A Coruña Seoane y Gayoso. El olfato de Benigno se demostraría cuando se libró, en octubre del 49, de la encerrona que la Guardia Civil le tendió a Riqueche, jefe del destacamento Cortizas, y en el que cayeron numerosos guerrilleros, Requeche incluido.

Mínima actividad
Esta caída masiva hizo que durante los años 50 y 51 las actividades de Foucellas fuesen mínimas, y provocaron su traslado a la zona de Betanzos en donde se mantuvo con la única compañía de Manuel Villar, Manolito, un joven que le era muy servicial. La Guardia Civil fue estrechando el cerco hasta que el 9 de marzo de 1952 se produjo la detención definitiva, cuando estaba en Costa (Oza de los Ríos). En la lucha habían resultado muertos Manolito, otro guerrillero y un guardia civil. Benigno, que resultó herido en la pierna, fue detenido con dos compañeros más. Sin embargo, en los periódicos no se publicó ninguna información de los hechos. Sólo al día siguiente apareció una esquela del guardia civil Cesáreo Díez en la que se decía: «Falleció el día 9 del actual en acto de servicio».

Una tortura refinada: La tortura de remover un hueso astillado

«Hábil interrogatorio» es la frase tópica bajo la que se enmascara la tortura. La practicada a Benigno fue ciertamente refinada. Dado que cuando le detuvieron, un balazo le había producido fractura de un hueso de la pierna, le quitaron el vendaje que le aguantaba el hueso fracturado y comenzaron a removerlo.

En medio de severos dolores, el guerrillero empezó a «cantar». A pesar de que Isabel Ríos quiere presentarlo como inasequible a la delación, lo cierto es que poco tiempo después de su captura fueron detenidos varios alcaldes de la provincia de A Coruña, así como personas de derechas, acusadas de proporcionar ayuda al guerrillero capturado. Foucellas no creía que le fuesen a condenar a muerte o, caso de hacerlo, no pensó que lo ejecutasen, pues ya se estaba en los años cincuenta y España quería dar la impresión de normalidad interior.

El 26 de junio de 1952 tuvo lugar en la Agrupación de Sanidad Militar de A Coruña la vista en consejo de guerra de la Causa 53/52. Presidió el tribunal el coronel de Ingenieros Gaspar Herraiz; siendo vocal ponente el capitán auditor Narciso Alonso; fiscal el teniente Balbino Teijeiro y defensor el capitán de Artillería Benito Rivas Pichel.

Benigno entró en la sala apoyado en un bastón y una muleta debido a la cojera de su pierna derecha. Los periodistas que cubrieron la información para los diarios locales le presentaron como «hombre de 43 años de edad, bajo de estatura, delgado, vistiendo discreto traje azul, zapatos oscuros y camisa blanca, mostrándose tranquilo y animado conversador».

Recordará Orestes Vara, redactor de La Voz: «Antes de empezar el juicio y cuando Foucellas, custodiado por la Guardia Civil, estaba esperando, pedí permiso para hacerle unas preguntas. Le encendí un pitillo y, con permiso de los guardias, se lo ofrecí.

–¿Cómo están los ánimos, Benigno? –le dije–.

–Me parece que esto está ya decidido.

–¡Hay que animarse, hombre!

–No puedo. Yo de aquí ya no salgo con vida.

Por su parte Emilio Merino, redactor de El Ideal Gallego (posteriormente fue redactor jefe de La Voz), también asistió al juicio señalaría: «frente a aquel aldeano que antes de la guerra conoció en Curtis mi mujer, se presentaba Benigno como una persona madura, despierta, cultivada, cualidades que demostraría en el juicio».

El Juicio
A las diez y diez dio comienzo la vista, ordenando el presidente la lectura del apuntamiento. Tras narrar el episodio de su detención, se pasó a las declaraciones de Foucellas ante el juez, manifestando aquel que el 23 de julio de 1936 huyó al monte porque debido a sus antecedentes izquierdistas temía represalias de algunos elementos de la comarca. Dijo que permaneció aislado hasta 1945 en el que se unió a otros bandoleros, habiendo cometido numerosos asaltos. Respecto a las muertes, reconoce haber participado en algunas de las imputadas, pero que no había sido el autor material de las mismas.

Añadirá el redactor de La Voz: «Foucellas contestaba con voz segura, expresándose con facilidad, si bien con modismos de típica fonética rural». Calificó el fiscal a Benigno como «el mayor criminal de cuantos en estos últimos años se han sentado en el banquillo» y añadió: «Las tragedias griegas quedan pálidas comparadas con lo que se ventila aquí. Aquello eran abstracciones estéticas; hoy nos encontramos ante hechos reales integrados en una espantosa cadena de delitos, que constituyen páginas funestas en la historia de la sociedad».

Concluyó pidiendo para el procesado dos penas de muerte, aparte una indemnización para los herederos de las víctimas y las cantidades sustraídas. Seguidamente intervino el defensor, que dijo que no podía juzgarse basándose en suposiciones sino en hechos, remarcando finalmente: «Benigno Andrade no ha cometido personalmente ningún delito de sangre. Pasó además un año alejado de toda actividad terrorista tras ser operado en A Coruña. Su único delito es haber formado una partida de bandoleros. Es un ladrón vulgar al que hicieron ingresar entre los bandoleros y lo hicieron testigo de sus fechorías. La fama que ha adquirido no está justificada por los hechos».

Veredicto: pena de muerte
A continuación, el presidente del Tribunal dijo al procesado si tenía algo que alegar. Benigno se puso en pie y manifestó: «Solamente quiero decir que espero del Tribunal que me haga justicia. Nunca disparé sobre ningún ser humano y si lo hice obligado fue al aire. Creo que está muy claro que en nombre de Foucellas ha habido muchos atracos y que los seguirá habiendo. En el año 45, estando en el sanatorio, todos cuantos hechos se hacían eran en nombre de Foucellas. Pido otra vez que se me haga verdadera justicia». El Tribunal se retiró posteriormente a deliberar, tras lo que emitió su esperado veredicto: pena de muerte.

Recuerdos de un compañero de celda.
¿Cómo fueron las últimas horas de «Foucellas», al que se ejecutó el 7 de agosto?
Un valioso testimonio lo aporta el guerrillero Couto Sanjurjo, que posteriormente sería condenado a muerte en consejo de guerra, aunque la pena le fue conmutada, y que entonces ocupaba una celda de la prisión coruñesa próxima a la de Benigno Andrade.

Couto se presentó espontáneamente a comienzos de los años 90 en la redacción de La Voz: «Yo, en realidad, a Benigno no le conocía personalmente hasta que le ví en la cárcel de A Coruña en la primavera del 52 (a su mujer, en cambio, sí la conocía de Ordes). Salíamos al patio de la prisión muchas veces juntos. El iba con muletas, pues no estaba recuperado de la herida que le produjeron los disparos de la Guardia Civil el día de su detención. Tenía un pie cinco centímetros más bajo que el otro y le había tratado el doctor Gómez Ulla, médico militar (...) Benigno tenía metido en la cabeza que lo iban a matar. Nosotros nos enteramos de la confirmación de la sentencia la noche anterior (lo mataron al día siguiente a las seis de la mañana). Había llegado Mariano, el famoso verdugo de Burgos y le aplicaron garrote vil.

Varios oficiales de la prisión estaban en contra de la ejecución, pues creían que ya no era época de seguir matando a la gente si España de verdad quería ser admitida en el mundo occidental. En la mañana de la ejecución, cuando fuimos a desayunar y pasamos por la cocina, vimos tiradas en el suelo el bastón y la muleta de Benigno. Durante nuestra estancia en la cárcel me pareció una persona con un carácter muy especial. Siempre estaba alegre, o intentaba estarlo. Tenía una personalidad atractiva y se hacia querer. No era, sin embargo, inteligente, como Ponte, por ejemplo.

Antes de morir le fue permitido a Benigno ver a su familia. Fue la noche anterior cuando la Guardia Civil de Curtis llamó a la puerta de la casa donde estaban los familiares, que era la de Fina Brañas, prima de Benigno. No querían abrir, pues temían alguna nueva represalia, pero los guardias insistieron y les dijeron que esa misma madrugada iban a ejecutarlo, por lo que salieron de seguido para la cárcel, incluidos sus hijos Pepiña y Sergio. Horas antes de morir, otorgó testamento ante el notario José Roán Tenreiro.

En cuanto a la ejecución, se desarrolló con normalidad. Benigno estuvo tranquilo y no le planteó a su verdugo Mariano mayores problemas. El único incidente fue un testigo, que casi se mareó cuando al reo se le colocó la capucha. El cadáver fue enterrado en el cercano cementerio de San Amaro.

Muerto Foucellas, entró en la leyenda y pronto su figura fue mitificada. Pero no le mitificó, como a Manuel Ponte, la poesía de Lorenzo Varela o Méndez Ferrín, ni el carboncillo de Luis Seoane, o los libros clandestinos que en París o Sudamérica publicaban los intelectuales españoles.

A Foucellas lo mitificó el pueblo llano y hasta las madres, especialmente las de la burguesía, cuando querían meter miedo a sus niños les decían: «Cuidado, que viene el Foucellas». Los niños de pueblo, en cambio, se iban a los prados o a los montes a jugar al Foucellas, al que en sus casas siempre consideraron como un valeroso y simpático guerrillero.

La carta de la hija de Foucellas a Carmen Franco
Pepiña, la hija de Foucellas, que estaba siendo hostigada continuamente por la Guardia Civil, quien se presentaba en su casa de Curtis a cualquier hora del día o de la noche para hacerla un registro o preguntarla por el paradero de su padre. La niña decía que no lo sabía, aunque si lo supiese no se lo diría pues, logicamente, no iba a delatarla ella misma.

El gobernador, sorprendido por la fraqueza de Pepiña, le dijo que no fuese más al cuartelillo de la Guardia Civil y que ya hablará él con ellos para que no la molestasen. No obstante, siguieron molestándola. A pesar de este acoso, y cuando su padre ya había sido condenado, Pepiña escribió una carta a Carmencita Franco, la hija del Caudillo, en la que muy cortesmente le rogaba que intercediese ante su padre solicitando clemencia para el guerrillero. Carmencita le contestó diciéndole que comprendía su dolor, pero que ella no podía meterse en asuntos políticos y que sería lo que la ley dictaminase. Pepiña no conservará dicha carta, pues la rompió un familiar suyo por temor a que fuese descubierta.

Pepiña y Sergio recuerdan a su padre.

El primer recuerdo que Josefa Andrade tiene de su padre es temprano. Debía de tener cuatro años cuando le vio en su casa de Curtis. «Vino a visitarnos e iba uniformado. Después le vi a escondidas, en el monte y en alguna romería».
También le vi –añade Pepiña– en la vivienda de varios sacerdotes e incluso en la casa de un teniente de la Guardia Civil, en Curtis, y de un brigada del Ejército, en Ferrol, que le ocultaban de sus propios compañeros de armas».


La hija del famoso guerrillero, en una entrevista exclusiva a La Voz concedida en el verano de 1999, tampoco se olvidaba de María, su madre, que había nacido en la Argentina: «La detuvieron cuando iba a Lugo y llevaba una multicopista en una bolsa (era el año 46). Fue encarcelada en A Coruña y al final la desterraron a Tordesillas. Acabó enfermando, de un aneurisma, y fue internada en un hospital de Valladolid. Fuimos a verla y sólo estuvimos con ella unos días, pues no teniamos dinero para quedarnos. Nos fuimos, dejándola prácticamente moribunda y al poco tiempo de llegar a Coruña nos dijeron que había muerto. Yo me fui a vivir con una prima y mi hermano con unos tíos».

El juicio de su padre

La hija de Benigno recuerda el juicio de su padre: «Yo estaba en la sala, junto a mi prima. Tres bancos más atras de donde se encontraba. Llevaba un traje de chaqueta azul, con camisa blanca. Estaba tranquilo. Cuando escuchaba las barbaridades que decían sus acusadores, movía la cabeza hacia abajo, de un lado para otro, y me miraba como diciendo: pero cómo es posible que digan esto».

El día de la ejecución, el 7 de agosto de 1952, Pepiña estuvo con su padre en la cárcel coruñesa hasta las cinco y media de la mañana. «Estaba sentado en una silla –recuerda–, fumaba y tenía al lado una botella de coñac, que no tocó, a pesar de que yo le dije que bebiese algo. Quería estar sereno cuando le llegase la hora. Después de su muerte, fui con mi prima al cementerio de San Amaro a esperar el cadáver. Allí estuve hasta las dos de la tarde, en que comencé a vomitar y me tuvieron que llevar al médico. Al día siguiente volví al cementerio y me dijeron que mi padre estaba enterrado en el nicho 312. Allí puse unas flores y siempre creí que se hallaba allí hasta que en 1996 nos enteramos que se encontraba en una fosa común».

Viaje a Francia
Seis años después de la ejecución de su padre, Pepiña se fue a Francia. Se marchó con una carta de recomendación que le había dado el cura del pueblo para una monja que vivía en una residencia. Dado el estado en que llegó, tuvo que ser sometida a tratamiento psiquiátrico. «El daño psíquico que nos hicieron nunca lo perdonaré –sigue recordando–. Nos destrozaron la juventud y todo porque una persona tenía unas ideas».

Ya recuperada, Pepiña sirvió en casa de un militar francés, casado con una aristócrata, que la trataron con gran cariño. Después conoció a un joven de Alicante, con el que se casó. Su primera hija la tuvieron en Francia, volviendo más tarde a España, instalándose en la ciudad natal de su marido, donde vive actualmente con sus hijos.

Sergio Andrade, el otro hijo de Benigno, nunca ha querido hacer declaraciones sobre su padre y los difíciles momentos que vivieron él, su hermana y su familia. Sin embargo, hemos podido hablar con él con motivo del cincuenta aniversario de la muerte de su padre. Casado, vive en A Coruña y el año pasado se jubiló en una empresa relacionada con la pesca. «Yo nací -nos dice- dieciocho días antes del comienzo de la guerra civil del 36». «A mi padre –añade– le acusaron de muchas muertes y atracos que él no hizo y así se dijo en el juicio. El abogado que le defendió ya nos advirtió que estaba condenado de antemano. Cuando él se encontraba hospitalizado en A Coruña, muchas muertes que se producían se las seguían atribuyendo a él».

Sergio también estuvo con su hermana visitando a su padre poco antes de que le ejecutasen: «Fueron a buscarnos a Curtis de noche los guardias civiles y estuvimos en la cárcel con él hasta las cinco y media de la mañana. Era una sala que estaba llena de gente entrando y saliendo. Antes, mi padre había hecho testamento. Le vimos muy sereno y su única preocupación era que no nos hiciesen nada a nosotros».

«A mi padre le habían prometido que no nos molestarían y que podríamos ir donde quisiéramos, pero bastante después de su muerte, mi hermana quiso ir a París a ver a una prima y se le negó el pasaporte, aunque posteriormente se lo dieron».

Sergio, igual que Josefa, reconoce que sufrieron mucho, dolor que aumenta cuando se tienen pocos años y se encuentra uno solo, o con pocas ayudas, frente a un mundo hostil. «Fueron tiempos difíciles –añade–. Es mejor olvidarlos, aunque a veces sea difícil hacerlo».
* Extractado de La Voz de Galicia.

Una fosa en Teo acoge los restos de 4 guerrilleros

Fernando Franjo (Santiago de Compostela)

El prisma de la historia convirtió en fechorías o hazañas sus acciones que, en cualquier caso, aún hoy, medio siglo después, se cuentan en voz baja. Las crónicas hablan indistintamente de maquis o guerrilleros, que sobrevivieron entre el año 37 y el 52 en un número que se calcula entre 5.000 y 6.000 con el monte como medio natural.

Algunos estudiosos les han bautizado como "los hombres de monte". Los datos apuntan que sólo 500 huyeron de España, y, evidentemente, ni Galicia ni por supuesto la comarca de Santiago fue ajena a esta actividad de la lucha guerrillera que a veces se confundió con la huida para la supervivencia.

Sin duda, el nombre propio fundamental de la lucha guerrillera en Galicia es Benigno Andrade García, más conocido como "Foucellas", el escapado más famoso de que pervive en el elenco popular por su trayectoria clandestina marcada por su evasión de la Guardia Civil. Foucellas tuvo las características que lo convirtieron en mito: astucia, valentía e intuición para sobrevivir con una dosis añadida de temor popular pese a lo cual creó poco a poco una infraestructura clandestina de ideologías diversas.

El grupo conocido como Os Foucellas fue cercado en diversas ocasiones. Las crónicas constatan que el 9 de abril de 1948, el grupo sufrió una emboscada en el Pazo de Oca de la que sólo se salvaron Foucellas y Ricardito, uno de sus lugartenientes. Los otros seis murieron. Existen testimonios que recuerdan como a los pocos días, el grupo huyó hacia el municipio de Teo. Se sabe que rondaban la aldea de Mallos, en Lampay, y hay constancia de que visitaron la casa de Manuel Rial y de Maximino García para pedir comida y ropa. Fueron sorprendidos bajo un alpendre en Loureiro por la Guardia Civil y tras un enfrentamiento con la muerte de un agente fueron abatidos a tiros.

Manuel Currás, que fuera empleado del Ayuntamiento de Teo, acompañado del médico José Raviña Valdés y el juez de Padrón, asistían el 19 de mayo 1948 al enterramiento de cuatro hombres abatidos por la Guardia Civil en el lugar de Loureiro, en la parroquia teense de Luou.

Los nombres de los forasteros —bajo este apelativo figuran en el libro parroquial de la época— son Ricardo Fernández Carlés, de Pontecesures, que era conocido con el nombre de guerra de Barba Roxa; Vicente López Novo, de Ribeira; Manuel Agrasar Cajaraville, de Padrón; y Constantino Menéndez, asturiano de nacimiento y cuyas características responden a uno de los lugartenientes de confianza de Foucellas, que salió ileso de la emboscada. El resto ya forma parte de la historia. Benigno Andrade siguió con su actividad guerrillera hasta que fue detenido y posteriormente condenado a morir a garrote vil el 26 de julio de 1952.

Mujeres en la guerrilla gallega

Francisca Nieto Blanco
Paquina: (Ponferrada) Detenida y encarcelada repetidamente entre 1936 y 1948. Finalmente escapó a Argentina.
Alpidia García Moral Maruxa

Comenzó a colaborar con la guerrilla después de que su marido fuese "paseado". Fue detenida y asesinada por la Guardia Civil.
Consuelo Rodríguez López
Sus hermanos huyeron al monte y sus padres fueron asesinados en 1939. Huyó al monte y permaneció en la guerrilla. Salió de España hacia Francia.
Alida González (Salas de los Barrios, 1915)

Desempeñó un importante papel de enlace. Descubierta en 1945.


El Asturiano
Constantino Méndez, asturiano de nacimiento y uno de los luchadores caídos, fue trasladado como los demás en carro del país al cementerio en el que se les hizo la autopsia. La partida parroquial de defunción permaneció abierta un mes sin que nadie presentase ninguna reclamación. Puede barajarse la hipótesis de que se trate de uno de los principales lugartenientes de Foucellas. El párroco, Manuel Barros, ratificó la defunción el día 20 de junio.

Josefa Andrade, hija de "Foucellas" : "Mucha gente de derechas apoyó a mi padre''
"A lo largo de los años, lo que más daño nos ha hecho son las mentiras que se han dicho sobre mi padre''. María Josefa Andrade, hija del mítico guerrilleiro y radicada desde hace años en Alicante, recuerda una infancia triste y a un hombre vestido de militar en visitas esporádicas al domicilio familiar en Cabrui (Curtis).

"Se ha especulado mucho: algunos han dicho que mi padre fue un bandolero, un vividor''. Pepita recuerda a Foucellas como un hombre justo que contó con apoyos de militares, altos cargos del ejército, guardias civiles e incluso de sacerdotes "fue a ver alguna vez al Deportivo vestido de cura. Mucha gente de derechas le apoyó, muchos se sorprenderían si supiesen quienes han estado en mi casa''.

Pero las visitas de la Guardia Civil se repetían casi a diario: "mi hermano y yo teníamos miedo de todo y el corazón nos temblaba al ver a aquellos hombres con ametralladoras''. Con 12 años, ya huérfana, Pepita se presentó sola en el Gobierno Civil de A Coruña con la única pretensión de que todo aquello acabase. Rompió a llorar y el gobernador civil "me dijo que hablaría con el teniente para que aquello no volviese a pasar''.

El 26 de julio de 1952, Foucellas fue ejecutado en A Coruña "Mi hermano Sergio y yo estuvimos allí hasta minutos antes. "Ni perdono ni olvido''.

Sergio y Josefa Andrade Pérez posan junto el monumento a los fusilados por el franquismo, en el Campo da Rata. (Víctor Echave)

Memoria viva de Foucellas

La primogénita del guerrillero antifascista regresa por primera vez en treinta años a la ciudad en la que éste fue ejecutado para conmemorar el centenario del nacimiento de su padre.

LUI COSTAS. A CORUÑA. Pepiña vive en Alicante, lejos de la tierra que la vio nacer y que tan malos recuerdos le trae. La primogénita de Benigno Andrade García, Foucellas, aterrizó el jueves en Alvedro para participar en los actos en homenaje a su padre que la Comisión pola Recuperación da Memoria Histórica da Coruña ha organizado con motivo del centenario del nacimiento del guerrillero antifranquista gallego más legendario. Dice que lejos de sanar, la herida que le dejó la represión franquista y la pérdida prematura de sus padres se hace cada vez más profunda y por eso no visita Galicia desde hace treinta años. "Ha habido noches en Alicante que cerraba el negocio y me iba llorando por la calle, pensando en todo lo que nos pasó", rememora.

La historia de Pepiña es tremendamente trágica. Nació en 1936, con la Guerra Civil, y su hermano, en 1939, el mismo año en que su padre se echó al monte. Sergio -el más pequeño de los dos- todavía sufre las secuelas de su infancia y cede a su hermana el protagonismo en los actos. "Sufrió mucho", justifica ella.

Josefa Andrade, Pepiña, se reencontró con Foucellas a los cuatro años, cuando volvía a casa tras pasar la tarde jugando en la calle. "Mi madre [María Pérez Mellid] me dijo que podía quedarme un poco más y aquello me pareció rarísimo porque no le gustaba que estuviéramos fuera mucho tiempo". Alertada por el cambio de humor de su madre, Josefa entró en casa mientras ella salía a buscar agua.

Un soldado en la cama

"Cuando vi a un soldado tendido en la cama de mi madre me eché a llorar y empecé a decirle que se lo iba a contar todo a mi padre", relata. El soldado no era otro que Foucellas disfrazado, pero ni él ni su mujer consiguieron convencer a la niña de que su madre no era una adúltera hasta que una vecina medió y le advirtió del peligro que correría el guerrillero si alguien lo delataba. "Desde entonces, empezamos a ir al monte a verlo, pero nunca dije dónde estaba", relata. Y es que la Guardia Civil acosaba a la familia de Foucellas con continuas visitas a la casa familiar de Curtis en las que amenazaba a la mujer y los hijos del fugitivo.

María Pérez Mellid cayó antes que su marido por tenencia de propaganda comunista y fue encarcelada durante casi un año. Luego, la desterraron a Valladolid y sus hijos tuvieron que repartirse en casas de familiares. Fue así, con sus parientes, como recibió la noticia de la detención de Foucellas, el 9 de marzo de 1952, y la visita de la policía que la llevó hasta la cárcel de A Coruña para despedirse de su padre. Ayer, junto al monumento del Campo da Rata, rememoró aquel momento: "Cuando llegamos, había dos oficiales del Ejército, un sacerdote y un notario y mi padre nos dijo: ´Estad tranquilos, hoy me van a ejecutar´. Teníamos 16 y 13 años y nos echamos a llorar", recuerda Pepiña, que aún hoy, a sus 72, tiene grabadas las últimas palabras de su padre: "Muero por mis ideas y por defender la libertad y a un gobierno legítimamente elegido. Yo no lo veré, pero vosotros sí, ojalá España entera pueda vivir en libertad". Al amanecer del 7 de agosto, fue ejecutado a garrote.

Pepiña perdió al año siguiente a su abuela y se exilió en París, donde sufrió una fuerte depresión como consecuencia de una infancia de soledad y sufrimiento.

"Soy de la misma ideología que mi padre, pero no juzgo a la gente por sus ideas. El rencor es más un sentimiento de la derecha que de la izquierda" dice. Es de las que defiende la causa de Garzón contra los crímenes del franquismo: "Los que se oponen o no son seres humanos o tienen miedo de lo que hicieron".



La hija de Foucellas regresa a Galicia para los actos del centenario de su padre
Homenaje al mito guerrillero.

EL PAÍS - 23-10-2008


PAOLA OBELLEIRO - A Coruña - Como toda buena leyenda, el misterio, la fábula y las anécdotas, ciertas o inventadas, alimentan el mito de Foucellas, Benigno Andrade García, el más célebre de los guerrilleros antifranquistas en Galicia. En vida ya era famoso, personaje popular mitad héroe, mitad bandido, antes de ser detenido, condenado a muerte y ejecutado a garrote vil en la cárcel de A Coruña el 7 de agosto de 1952. Foucellas llevaba 16 años burlando la represión franquista, huido en el monte coruñés, entre Ordes y Curtis principalmente.


En el centenario de su nacimiento, el 22 de octubre de 1908 en la pequeña aldea de Mesía (A Coruña) de la que tomó su nombre de guerrilla, As Foucellas, el mito del maquis gallego será recordado con charlas (en Curtis hoy y mañana en Ordes) y una ruta (el sábado) por los escenarios principales de una vida casi de ficción. Unos actos con los que la Comisión por la Recuperación de la Memoria Histórica quiere rendir homenaje a toda la resistencia antifranquista.


"Yo luché por la libertad, no la veré pero vosotros sí, seguid ese ejemplo, el de vuestra madre", María Pérez Mellid, fallecida años antes, desterrada y sola en Valladolid. Fue el último mensaje de Foucellas a sus dos hijos adolescentes, en la madrugada de su ejecución. Una noche trágica, en una sala de la cárcel abarrotada de oficiales del Ejército y curas, recuerda Josefa Andrade, Pepiña, la hija mayor del guerrillero. "Mi padre estaba sentado ante una botella de coñá y una copa, y yo le suplicaba que bebiese, quería que se emborrachase para no sentir, pero él no quiso, quería estar sereno". Su última voluntad fue pedir un notario para hacer constar que era el único culpable, que sus hijos eran inocentes y rogar que no sufrieran represalias. "Y así fue, tras su muerte nunca más nos molestaron".


Pero nada ni nadie podrá jamás borrar el "trauma" de Pepiña, profundamente marcada por el acoso constante de la Guardia Civil en sus primeros 16 años de vida por tener un padre fugitivo, el hombre más buscado por los franquistas que veía de vez en cuando a escondidas, y una madre desterrada también por roja. Un matrimonio de origen humilde que se metió en política, fundando la célula comunista de Curtis, de la mano del médico del pueblo, Manuel Calvelo López.


La hija de Foucellas aún no sabe cómo va a reaccionar cuando regrese hoy a Galicia para a este fin de semana de homenaje a su padre. Desde que se fue en 1957 a Francia y luego a Alicante, la tierra de su marido donde reside, Pepiña sólo volvió hace más de 30 años para el entierro de la tía que la crío. "Hay que ver el daño que nos hicieron, era oír la palabra Galicia y me ponía a temblar, por el dolor. Estuve ingresada en un psiquiátrico en París con una depresión nerviosa causada por este trauma infantil", cuenta.


Su testimonio no sólo es el de la hija del mito sino la de una víctima que ni olvida ni perdona. Con 12 años, huérfana de madre y con su tía encarcelada por haberle sido encontrada una carta de Foucellas, Pepiña se fue sola a ver el gobernador civil de A Coruña para suplicarle que la dejasen en paz. "Estaba desesperada, cuando llegué ante ese señor de pelo blanco, don Fernando Hierro, me pusé a llorar tanto que no podía hablar. Nunca olvidaré lo cariñoso que fue".


Josefa Andrade, de 72 años, rememora con todo detalle a aquel hombre que le prometió protección; la detención de Foucellas en Oza dos Ríos el 9 de marzo de 1952, tres años después de la caída masiva de la guerrilla gallega; el cuartel de Betanzos donde fue torturado -"me dijo que le movieron un poco la pierna", herida de bala y fracturada-; el juicio en el que su padre fue condenado tres veces a muerte "como el mayor criminal de los últimos años" pese a no tener delitos de sangre; la carta que envió rogando clemencia a la hija del dictador, Carmen Franco, y su contestación de que no podía "meterse en asuntos políticos".


Pepiña no olvida, "ni a quien hizo el mal ni a quien hizo el bien". "Muchos curas escondieron a mi padre, muchos de derechas le dieron cobijo y comida. Y también un teniente de la Guardia Civil, al que años después fui a visitar para darle las gracias por lo que hizo por mi padre".



Josefa Andrade Pérez: "Le ofrecí coñac a mi padre para anestesiarlo antes del garrote vil"

ALBA TALADRID • ORDES - Hija de O Foucellas, el emblemático guerrillero antifranquista ejecutado en A Coruña en 1952. Con doce años, un padre fugitivo en el monte y una madre deportada a Valladolid, se presentó sola ante el gobernador civil de la capital herculina para pedirle que terminase con el acoso que sufría de la Guardia Civil.

Recuerda haber pasado su niñez, su adolescencia y su juventud sola. "Siempre sola". Acompañada, eso sí, del desgarro emocional de una familia reventada por la Guerra Civil y la represión franquista.

Josefa Andrade, Pepita, cometió el error por el que pagaría toda su vida, ya antes de nacer. Ser fruto del amor de una mujer valiente y un hombre comprometido con los valores de la libertad y la República, o Foucellas. Con este apodo, cedido por su aldea natal, en el municipio de Mesía, fue conocido Benigno Andrade, uno de los más emblemáticos activistas de la guerrilla antifranquista gallega, "la más incisiva y duradera de España", según el historiador Bernardo Máiz. O Foucellas, nacido en 1908, fue uno de los hombres del monte, que, entre toxos y zulos, "no sólo huían de la represión del franquismo sino que luchaban por la causa del pueblo, por la libertad", según su hija.
  • Currently 2.7
Comparte en  Facebook Comparte en  Twitter | Reducir  texto Aumentar  texto

ALBA TALADRID • ORDES



Recuerda haber pasado su niñez, su adolescencia y su juventud sola. "Siempre sola". Acompañada, eso sí, del desgarro emocional de una familia reventada por la Guerra Civil y la represión franquista.

Josefa Andrade, Pepita, cometió el error por el que pagaría toda su vida, ya antes de nacer. Ser fruto del amor de una mujer valiente y un hombre comprometido con los valores de la libertad y la República, o Foucellas. Con este apodo, cedido por su aldea natal, en el municipio de Mesía, fue conocido Benigno Andrade, uno de los más emblemáticos activistas de la guerrilla antifranquista gallega, "la más incisiva y duradera de España", según el historiador Bernardo Máiz. O Foucellas, nacido en 1908, fue uno de los hombres del monte, que, entre toxos y zulos, "no sólo huían de la represión del franquismo sino que luchaban por la causa del pueblo, por la libertad", según su hija.

La batalla de su padre supuso un caro peaje para la familia de Pepita, que quedó estigmatizada por rebelde en un país en guerra, donde todo valía para acabar con el peligro rojo. También separar a una madre viuda de vivo de sus hijos, aún sin cumplir los diez años.

Mujer de sensibilidad extrema y emoción a flor de piel, Pepita mantiene hoy el arrojo que se vio obligada a demostrar sin ser todavía adolescente. "Con seis años, ya sobrehilaba cualquier ropa. Mi madre se había encargado de que yo aprendiera a leer y escribir y también a coser", recuerda. El empeño materno fue su vía de escape cuando el enfrentamiento fratricida la dejó "sola en el mundo". "Mi madre fue desterrada a Valladolid, donde murió después. Mi hermano se quedó con unos tíos y yo con mi abuela, una mujer maravillosa, pero que también murió. Entonces me puse a coser por las casas. Tenía 12 años y me ofrecía en casas buenas para coserles la ropa. Ellos me daban 10 pesetas y la comida", cuenta la hija de o Foucellas.

Tal vez fue el imprescindible instinto de supervivencia o la falta de miedo de quien cree no tener nada que perder lo que empujó a Pepita no solo a seguir adelante sino a luchar por su derecho a ser feliz. Contaba aún doce años cuando se rebeló contra el acoso de la Guardia Civil, que intentaba sonsacarle el paradero de su padre. No fue pensado, pero sabe que lo haría otra vez si se viese en la misma situación. Una mañana paseaba por los cantones de A Coruña "llorando, porque estaba sola". "Entonces en la calle Real vi la parte de atrás del edificio del Gobierno Civil, di la vuelta y me acerque a la puerta", recuerda. Y continúa: "Había allí dos guardias de la Policía que me preguntaron qué quería y respondí que era la hija de o Foucellas y tenía que hablar con el gobernador. Me preguntaron si tenía audiencia... pero yo no sabía ni qué era eso. Aun así, me dejaron pasar. Entonces salió un señor muy alto y dijo que era el secretario y que me pasaría al despacho del gobernador".

La entrada en esta dependencia dejó una nítida fotografía en la memoria de Pepita: "Había un pasillo larguísimo, al fondo una puerta abierta y una foto de Franco colgada en la pared". Pese a lo imponente de la situación, siguió adelante y pidió al gobernador Fernando Hierro que pusiese fin a las acosantes visitas de la Benemérita a su casa. "Vienen todos los días y yo estoy sola, y no puedo más", le dijo.

Conmocionado por las palabras de una niña, Hierro respondió "con un trato cariñoso, muy, muy humano" y puso fin a la situación. "Desde entonces no volvieron a mi casa, iban a la de un vecino y me interrogaban siempre con gente delante", reconoce Pepita.

La comprensión de un alto cargo del franquismo no le resulta tan extraña. "Mucha gente de derechas apoyó a mi padre, muchos se sorprenderían si supiesen quiénes lo acogieron en sus casas", dice, pero también que "muchos decían de él que era un bandolero y un vividor". Para ella era un hombre justo, comprometido, que visitaba a su familia disfrazado "y pasaba la noche con nosotros".


Además lo recuerda como un hombre sereno incluso en el momento de su ejecución. "Mi padre no tuvo la suerte de otros guerrilleros. No murió en un enfrentamiento, lo hirieron en una pierna para luego apresarlo vivo y torturarlo". El 9 de marzo de 1952, o Foucellas era detenido en A Regueira, en Oza dos Ríos. De allí lo trasladaron a la cárcel da A Coruña, donde fue condenado a muerte mediante garrote vil. Sus dos hijos lo acompañaron hasta media hora antes de ser ejecutado.

Pepita lo recuerda marcada por el trauma "que no se pasa con el tiempo. Es más, se agranda". "Yo le ofrecía coñac. Le decía ‘papá, bebe’, con la esperanza de que se emborrachase y estuviese medio anestesiado en el momento en que lo mataran. Para que no sufriera", confiesa. Tampoco ha podido olvidar, pese a haber pasado medio siglo ya, la respuesta de su padre: "Tranquila. No quiero beber, no quiero estar borracho porque muero consciente de que muero por mis ideas y por la libertad, que yo no voy a ver, pero que espero que vosotros, mis hijos, podáis disfrutar algún día".




Guerrilleros