miércoles, 24 de marzo de 2010

Españoles maquisards (1)


Españoles contra los nazis
Aproximadamente un millón de personas cruzaron en los primeros meses del año 1939 la frontera franco-española huyendo de las fuerzas nacionalistas, que el día 26 de enero habían ocupado Barcelona. Las penosas condiciones en las que este contingente se desenvolvía se hacían especialmente graves en los casos de los heridos, las mujeres, los ancianos y los niños. Aquellos republicanos, a los que el mismo Pons Prades califica de "bastante ilusos", se encontraban absolutamente desasistidos.

Les esperaban los campos franceses, oficialmente destinados a refugiados pero de hecho más semejantes a los de concentración que ya estaban comenzando a poblar el espacio europeo situado bajo dominio alemán. Las ciudades y los pueblos franceses próximos a la frontera se veían llenos de personas, que se acomodaban en la forma en que podían y en las condiciones más precarias. Los elementos señalados como comunistas y anarquistas eran tratados de forma especial en verdaderos centros de castigo, que para muchos supuso la muerte. Los combatiente derrotados eran observados con hostilidad por la inmensa mayoría de los franceses. Pocos meses después, aquellos centros de concentración serían utilizados por el ocupante alemán, que en muy pocas semanas habría de derrotar al pretendidamente invencible ejército francés.

Martín Bernal, uno de aquellos futuros legionarios de origen español nos cuenta a propósito de su entrada en esta fuerza: "La declaración de guerra me pilló en la cárcel y enseguida comenzaron a presionarnos para que nos enrolásemos en la Legión. Pero mientras nosotros tratábamos de suscribir un contrato sólo para la duración de la guerra, los franceses se empeñaban en hacernos firmar por cinco años. Al ver que no transigíamos, nos amenazaron con devolvernos a España por las buenas. No creíamos que fuesen capaces de cumplir la amenaza,-hasta que un día nos sacaron de la cárcel -la de Tarbes-, nos montaron en un coche celular y nos echamos a la carretera, en dirección a la frontera de Canfranc. Nosotros seguíamos creyendo que era una maniobra para intimidarnos y romper nuestra resistencia.

Pero cuando nos dimos cuenta de que la cosa iba en serio fue al ver asomar, a lo lejos, las puntas de los tricornios de los civiles. Así que no tuvimos más remedio que firmar. Y, a los pocos días nos hacíamos a la mar rumbo a Argelia". Las evidentes condiciones negativas que rodearon al episodio no impedirían que los contingentes de españoles, tan irregularmente enrolados, actuasen sobre los campos de batalla con gran valor y habilidad. El mes de mayo de 1940 supondría para muchos de ellos el comienzo de una nueva etapa, definida por la permanente acción, al lado de los aliados y en contra del Reich, que tan decisivo papel había jugado en el proceso de destrucción de la República española. Al comienzo de la guerra, ingleses y franceses como para desentumecer un poco a sus anquilosados ejércitos, crearon a su vez un pequeño cuerpo expedicionario que desembarcaría y ocuparía varios puntos estratégicos de Noruega.
En la zona septentrional -en Narvik- actuarían dos batallones de la más tarde famosa 13ª Semibrigada de la Legión Extranjera Francesa. La mitad de sus efectivos eran españoles: un millar de hombres de los que casi la mitad quedarían para siempre por tierras noruegas. Con ellos combatieron polacos, noruegos, franceses e ingleses. Pero las dos operaciones clave -el desembarco en el puerto de Bjerkvik, preludió a la toma de Narvik, y la ocupación de la cota 220- serían protagonizados por los legionarios españoles bajo la bandera francesa. A los voluntarios españoles les chocaba la baja moral de los Aliados. El gran miedo a la guerra de que habían hecho gala antes -abandonando al fascismo varios países de Europa-, contrastaba tremendamente con el triunfalismo derrochado apenas estalló la guerra. Hubo detalles que llamaron la atención ya desde el principio: la escasez de voluntarios franceses y el haber presenciado la salida de quintos franceses que se iban a la guerra llorando...

Después, en las zonas cercanas a la línea de fuego, habíamos podido observar el buen partido que le sacaba a la guerra la oficialidad gala. Todo esto lo sintetizaría muy bien el teniente-coronel Tagüeña: "Llegaron más oficiales franceses que nos miraban con curiosidad y hacían preguntas como de profesional a aficionado. Creo que más tarde recordarían muchas veces, que, entre otras cosas, les dije que nuestro ejército -el republicano español- había sido vencido, pero que a ellos les iba a llegar pronto el turno y sentirían no habernos ayudado. No habla duda que nuestra derrota representaba también la de Francia; pero no querían admitirlo y me hablaron de las virtudes de sus soldados. Esto no me impresionaba, porque si las virtudes fueran suficientes para ganar una guerra nosotros no la hubiéramos perdido"..

Cuando se desencadena la ofensiva alemana -con la invasión de Holanda y Bélgica, el 10 de mayo de 1940, y la de Francia, cuatro días después- los republicanos españoles que combaten bajo los pliegues de la bandera francesa ascienden a casi cien mil hombres. Una cuarta parte de ellos trabajan en las industrias de guerra, mientras que unos veinte mil sirven en unidades combatientes (Legión y Batallones de Marcha). Y alrededor de 60.000 españoles están encuadrados en la Compañías de Trabajo -dedicadas, sobre todo, a tareas de fortificación-, de los cuales las dos terceras partes trabajan, en plena línea de fuego, en la línea Maginot y la frontera franco-belga. Helios Bárcenas salvó la vida por poco en el desastre francés: "Por nuestro sector los combates empezaron hacia el 17 de mayo de 1940. Nos enfrentamos con pequeños destacamentos motorizados que procedían de las Ardenas, donde se había producido la brecha por la que se colocaron las divisiones blindadas alemanas.

Fueron, en verdad, simples escaramuzas. Nunca enfrentamientos frontales, porque la relación de fuerzas y el material empleado hacía caer netamente la balanza del lado de los invasores. Nosotros, en realidad, sólo libramos combates de repliegue. Empeñados, tan sólo, en que no se nos cortasen todas las vías de retirada.

Desde el primer momento perdimos de vista a la oficialidad francesa -y valía más así- y tomamos el mando los españoles, organizándonos en pequeños grupos. La compañía en que yo estaba -de ametralladoras- no tuvo suerte, pues una noche nos quedamos a dormir en un bosquecillo, pese a que nos enteramos de que el pueblo más cercano estaba acampada una unidad enemiga, suponiendo que al amanecer los alemanes se echarían a la carretera y pasarían de largo, sin preocuparse del bosquecillo. Algunos (docena y media de hombres) no lo creíamos así y durante la noche nos replegamos hacia otro bosque más alejado, en las laderas de una colina. Y cuando amaneció asistimos al terrible espectáculo de ver entrar en acción una sección de lanzallamas alemanes que le pegaron fuego, por los cuatro lados, al bosquecillo. Allí perecieron más de un centenar de hombres.

Mariano Constante

Mariano Constante también puede contarlo, pese a su deportación al campo de exterminio de Mauthausen: "Cuando se inició el gran ataque alemán del 10 de mayo, nuestra unidad había sido desplazada días antes al sector de Longwy en la cruz de la frontera francesa, belga y luxemburguesa. Habíamos estado cavando enormes fosas antitanques, que luego utilizarían como reducto para parapetarse en ellas los paracaidistas alemanes. En seguida salimos hacia la frontera belgo-holandesa, pero no hicimos más que entrar en territorio belga y ya nos topamos con unos destacamentos motorizados alemanes. Volvimos hacia atrás y allí puede decirse que empezó nuestra retirada. Pasamos por Montmédi (Meuse), Verdún-sur-Meuse, Bar-le-Duc, Sainte-Menehoued (Marne), Neufcháteau y Epinal (Vosges). Como podrás ver, siempre íbamos hacia el sur, pero desviándonos hacia el este de vez en cuando, a causa del avance alemán.

En un momento dado, nos dirigimos hacia el oeste (Sainte-Menehould) y luego nos orientamos rumbo al noroeste, hacia Rambervilliers, que es donde nos hicieron prisioneros, el 21 de junio de 1940, fuerzas alemanas que habían cruzado el Rhin y penetrado en Alsacia pocos días antes. Habíamos recorrido, en cosa de 40 días, un millar de kilómetros. Al caer prisioneros íbamos unos 400 españoles. La mayoría de las Compañías de Trabajo, pero también venían con nosotros algunos soldados de los Batallones de Marcha y un grupo de legionarios. Ya conoces nuestra odisea: del campo de fútbol de Rambervilliers nos llevaron a Baccarat -donde estuvimos varios días encerrados en las naves de las famosas cristalerías-, luego a un campo de selección de Alsacia y, después de permanecer unos meses en un campo de prisioneros de guerra de Alemania (Stalag XVII A) fuimos a parar (abril de 1941) al campo de exterminio de Mauthausen (Austria)".

Los españoles de ocho Compañías de Trabajo (las 111, 112, 113, 114, 115, 116, 117, y 118) vivieron el drama de Dunkerque, donde la mayor parte de ellos murieron defendiendo las posiciones de Bray-les-Dunes, mientras los aliados (ingleses y franceses en particular) se disputaban a tiro limpio los puestos en las embarcaciones de evacuación. Los pocos españoles que lograrían llegar a Inglaterra, por sus propios medios, casi siempre serían encerrados en varias cárceles (testimonio del sevillano Juan López López, de la 118ª C. de T.), junto con prisioneros de guerra alemanes. Y no pocos de ellos fueron devueltos a Francia, desembarcándolos en puertos de Bretaña, cuando las columnas de vanguardia alemanas ya penetraban por la parte oriental de la península bretona. Otras víctimas de aquella vergonzosa retirada fueron aquellos compatriotas nuestros que fueron abatidos -y con ellos algunos checos, polacos, belgas y holandeses por los gendarmes o la guardia cívica -una especie de somatén-, que, presos de pánico, los confundieron con paracaidistas alemanes. Tras la rendición de Francia y la formación del Gobierno de Vichy se inició la resistencia popular contra el invasor.

Los refugiados españoles tomaríamos parte en la lucha. La integración de los españoles en las guerrillas antinazis fue completamente natural; unas veces se produjo por cuestiones ideológicas, otras porque no cabía otra forma de supervivencia. Dos protagonistas confluyeron, en peripecias bien diferentes, hacia la misma región: los departamentos de el Aude y el Ariége, donde surgieron las primeras guerrillas españolas en Francia. Ellos nos cuentan sus experiencias: Pedro Olea Salas, uno de los pioneros del maquis español en Francia, cuenta: "Yo estaba, como sabes, en el Onceavo Regimiento de Marcha de la Legión Extranjera y la invasión alemana nos pilló en el punto neurálgico de la ofensiva: en la cruz de las fronteras de Francia con Luxemburgo y Bélgica.

La aviación alemana nos hizo trizas, y como la oficialidad chaqueteó de lo lindo, cada uno se las arregló como pudo. Yo, la verdad, no tenía muchas ganas de andar. Al final acaba uno hartándose de retiradas. Por eso, con tres compañeros más nos quedamos en los bosques del departamento de la Creuse, en el centro del país. No fue difícil colocarnos como leñadores, primero y como carboneros, después, Allí empezó, aunque muy modestamente, nuestra existencia guerrillera, que dos años más tarde proseguiría al pie de los Pirineos.

Como estábamos muy cerca de la Línea de Demarcación, por aquella zona pasaban muchos fugitivos de la Francia ocupada por los alemanes. Entre ellos no faltaban españoles, que las gentes del lugar encaminaban hacia nosotros. Aquello, si exceptuamos los sabotajes y los golpes de mano, que al principio se dieron muy espaciados por falta de hombres y de armamento, fue, en efecto, una "base-posada-escuela". Ya que nuestros compatriotas, cuando se refugiaban en ella encontraban natural que se les acogiera fraternalmente; pero, al solicitar su ayuda para nuestras misiones -en particular que hicieran en nuestra ausencia el trabajo que nos incumbía- se mostraban más bien reacios a colaborar, Así que tuvimos que organizar unos cursillos, digamos de politización para transeúntes para explicarles, y en lo posible, convencerles de las razones morales de nuestra lucha y por qué habíamos decidido olvidar, por lo menos de momento, el trato de las democracias occidentales para con la república española".

Una peripecia aún más complicada y que termina marchando por los mismo derroteros de la guerrilla es la de Martín Martínez García: "Los restos de mi compañía de trabajo (la 119) fuimos también a parar el infierno de Dunkerque, concretamente a la playa de Brayles-Dunes. Hubo muchas bajas. Unos cuantos pudieron ser evacuados hacia Inglaterra -o se marcharon por su cuenta- y a los demás nos hicieron prisioneros. Puede también que los hubiese con más suerte: yo conocí a uno que pudo atravesar las líneas enemigas y huir hacia el sur de Francia. Era un madrileño que se llamaba Paco Moreno. En medio de aquel gran desbarajuste, los alemanes nos agruparon -a belgas, holandeses, franceses, ingleses, polacos, checos y españoles- y nos llevaron hacia el río Rhin.

En cuanto desembarcamos, me junté con un aragonés de mi compañía -Bernardo- y nos evaporamos. La evasión era mucho más peliaguda que en Bélgica, sobre todo a causa de la lengua. Pero nosotros nos dijimos: "Bueno si nos pescan iremos a parar al mismo campo y en paz." Nosotros lo que no sabíamos era que por aquellas tierras había campos de exterminio y que si nos cogen hubiésemos ido a dar con nuestros huesos a uno de ellos. Al de Mauthausen seguramente, que es en el que internaron a las tres cuartas partes de los prisioneros españoles. Estábamos decididos a no tropezarnos con un solo alemán, por lo que siempre andábamos de noche, escondiéndonos de día mejor que los topos. Y así nos volvimos a encontrar en Francia, una semana después, por el lado de Sarreguemines, frente a la famosa línea Maginot, ocupada por las tropas alemanas, que se entretenían en desmantelarla.

Por allí estuvimos tres o cuatro días, recogiendo cosas abandonadas por los franceses: ropa, comida (botes de conserva, claro) y dos pistolas..., bueno dos de esas de tambor del 38. La mía la conservé hasta la liberación de Francia, fíjate, y luego se la regalé a un amigo español que hace colección de armas cortas. Nosotros seguimos bajando en dirección a España... Y en Lyon, a causa de un control de identidad en la estación, cuando íbamos a subir al tren de Toulouse -y después de haber salvado tantos y tantos obstáculos-, nos detuvieron los gendarmes. Nosotros, pobres de nosotros, creyendo que se portarían como hermanos de armas que éramos, les confesamos la odisea que acabábamos de vivir sin omitir detalle". Testimonio de Julián Villapadierna García: "En las minas de oro de Salsigne -al norte de Carcassone- trabajábamos muchos españoles, como sabes. Y puedo asegurarte que cuando se constituyeron los maquis franceses de la Montaña Negra, ya hacía tiempo que nosotros habíamos montado la Solidaridad Española.

Esto sería a mediados de 1942. Luego, cuando vimos que los "guerrilleros" del país almacenaban el armamento y se daban la gran vida -eran de la "Armée Secrete"-, que se reservaban para los combates de la postliberación: o sea, para evitar que la auténtica guerrilla tomase el poder-, los españoles creamos varios grupos. Y nosotros, los de la mina -salvo las consabidas excepciones-, seríamos sus más fieles colaboradores. Teníamos salvoconductos para circular y podíamos facilitarles dinamita y también información. En lo que me afecta, cuando me ocurrió aquel accidente, que me dejó temporalmente paralizado de las manos, al disponer de tiempo y seguir gozando de facilidad de desplazamiento, me puse ya enteramente al servicio de nuestra guerrilla. Luego, al darme de alta, fui destinado -mejor dicho: los compañeros me recuperaron- al Grupo Disciplinario (G. T. E.) número 422 de Carcassonne, que era algo así como el Estado Mayor departamental (en el Aude) de las fuerzas -armados o no- de la Resistencia Española.

En verdad, no creo que hubiese un solo G. T. E. que no estuviera controlado ("copado") por los exiliados españoles". Hubo otras dificultades, según testimonia José María Juan: "Los primeros republicanos españoles que llegaron a la región alpina lo hicieron en septiembre de 1940. Procedían casi todos de la región Centro. Unos llegaban de Bergerac (Dordogne) y otros -todos lo que se quedaron en la Alta Saboya-, de Sainte-Livrade (Lot-et-Garonne), y todos ellos pasaron a formar parte de tres G. T. E.: el 514, estacionado en Savigny; el 515; con sede en Vacheresse, y el 517, con base en Annecy. Al principio había en dichas unidades unos 750 españoles. Y, a fines de 1942, las deserciones habían alcanzado tal volumen que se tuvieron que disolver dos Grupos Disciplinarios; el 514 y el 515, reorganizándose el 517, que mandaban dos militares franceses de declarada filiación fascista: el capitán Valiére y el brigada Palop, enviados por el Gobierno de Vichy para "poner coto a las deserciones y reorganizar a fondo las unidades disciplinarias españolas.

"Una precisión: a los desertores había que añadir la deportación de muchos españoles a los campos de Alemania y de Argelia". El manchego Miguel Vera sería el primer coordinador departamental de las fuerzas resistentes españolas, compuestas casi enteramente por los desertores de los GET (grupos disciplinarios de trabajadores extranjeros). Un hijo de emigrados económicos españoles, de Almería, Ricardo Andrés, que más tarde sería ejecutado por los alemanes, realizó el enlace con la resistencia francesa.

Con todo, hubo algunos grupos de maquis incontrolados. Por eso conviene puntualizar que la hora de la verdad sonó cuando los antiguos cazadores alpinos, unidad disuelta a raíz del armisticio franco-alemán, decidieron organizar el "Batallón del Gliéres", con el capitán Tom Morel a la cabeza. Debo decir que, con anterioridad, los cazadores alpinos ya nos habían entregado armamento suyo, de los arsenales que tenían escondidos antes de que llegasen los alemanes. Al iniciarse la gran ofensiva alemana, apoyada por los milicianos fascistas franceses, cada cual salió de la meseta como mejor le dio a entender su experiencia. Aunque se nos haya olvidado intencionadamente, la guerra en Francia está cubierta de andanzas españolas.

Federico Moreno Buenaventura estuvo con las unidades de Leclerc en África y, después, en Normandía: "Después de aquella fabulosa aventura del desierto, la columna Leclerc fue enviada a descansar a tierras de Marruecos. Allí, al formarse la Segunda División Blindada de la Francia Libre, fue donde la representación española adquirió un volumen impresionante. Acudían compatriotas nuestros de todas partes: de los campos de concentración del Sáhara -donde los había encerrado el mariscal Pétain-, de la Legión Extranjera o de los Cuerpos Francos, de donde desertaban por racimos. A eso se le llamaba "traslados espontáneos". Y muchos otros que habían estado medio escondidos en Argel, en Orán, en Túnez y en Casablanca.

Tamaña afluencia se justificaba así: habían corrido rumores de que el desembarco en Europa se iba a efectuar por las costas españolas. Si no cierran los banderines de enganche se hubiesen podido formar, sólo con españoles, las dos divisiones blindadas de la Francia Libre. Aunque pronto recibimos material americano e inglés, tardamos más tiempo de lo esperado en abandonar los campamentos africanos, y no embarcamos hacia Inglaterra hasta abril de 1944. Dos meses más tarde -el 6 de junio-, los Aliados desembarcaban en Normandía. Y nosotros, incomprensiblemente, seguíamos acampados en el centro de Inglaterra. Esto se debía a varias barrabasadas que el general Leclerc había hecho a sus aliados en la campaña de Túnez -y que volvería a hacerles en Francia y en Alemania-, ya que tanto él como De Gaulle consideraban que debía quedar bien claro -y para ello las unidades de la Francia Libre debían ir en vanguardia- que los territorios bajo mandato francés -o antiguas colonias-, eran liberados por unidades francesas, que debían entrar las primeras en las villas importantes reconquistadas.

Al fin, en la noche del 31 de julio al 1º de agosto de 1944, los hombres de Leclerc ponen pie, a su vez, en las playas normandas. Entonces el orgullo nacional francés resurge de nuevo, con otra obsesión: la de entrar los primeros en Paris. Pero, para ello, tendremos que combatir a marchas forzadas, casi "a destajo", dejando de lado muchas veces las más elementales normas guerreras clásicas, como es la de no descuidar demasiado los flancos de las fuerzas propias. Mas lo cierto es que, tal como Leclerc -que era indiscutiblemente un genio- planteó los avances, nadie era capaz de señalar dónde estaban nuestros flancos. Aquello, visto a distancia, fue un puro disparate bélico y te puedo asegurar que nadie disfrutó tanto la marcha sobre París -en el tramo Normandía-París- como los españoles. Y en particular los de la Novena Compañía, que, salvo su jefe, el Capitán Dronne, estaba compuesta exclusivamente de españoles. ¡Había que ver las bandadas de autos blindados, bautizados casi todos con nombres españoles -Don Quijote, Madrid, Teruel, Ebro, Jarama, Guernica, Guadalajara, Brunete, Belchite y el de los tres mosqueteros: Porthos, Aramis y Artagnan-, corriendo por las carreteras, escalando ribazos, saltando acequias y vadeando arroyos! Lo dicho: ¡un puro dislate!
Dronne, despachando órdenes con Amado Granell, en la imagen a la derecha
Y, cuando norteamericanos e ingleses estaban discutiendo con De Gaulle, Leclerc ordena a Dronne: "Ya sabe lo que toca hacer: ¡Derecho a Paris, sin preocuparse de nada más!". Y Dronne nos convoca a los jefes de sección -Montoya, Granell, Campos y Moreno- y nos dice lo que hay que hacer, pase lo que pase. Recorrer los 200 kilómetros que nos separaban de Paris no fue tarea fácil para nadie. Al operar en francotiradores renunciábamos a la cobertura aérea made in USA, y al apoyo de nuestros tanques pesados. Personalmente, tuve que enfrentarme, con mis tres blindados, con unos cañones alemanes del 88, que nos cortaban el camino.

Tuvimos suerte, esa es la verdad. Así que, el día 24 de agosto de 1944 -un jueves- a eso de las nueve de la noche, entrábamos en la plaza del Ayuntamiento de París. El "Don Quijote", que era el blindado de mando de mi sección, fue el primero en aparcar allí. Y en la hora que siguió llegaron los restantes autos blindados conducidos por españoles, con nombres castellanos en los flancos y en el morro de sus vehículos. Por eso nos dolió tanto lo que ocurrió, veinticinco años más tarde, en agosto de 1969, en un reportaje conmemorativo de la Liberación de París, retransmitido por la televisión francesa. La emisión duró casi dos horas y en ella participó incluso la viuda del mariscal Leclerc. Pues bien, ni una sola vez, en toda la emisión, se oyó nombrar la palabra español..." Los refugiados españoles colaboraron también en la evasión de otros perseguidos.

Uno de ellos fue M. H. P., "el Murciano", que cuenta: "Mi actuación clandestina empezó en el Mediodía de Francia y se centró casi exclusivamente en organizar expediciones de personal y trasladarlo a España, clandestinamente y por vía marítima, por cuenta de la famosa cadena de evasión aliada "Pat O'Leary". Ya es sabido que los últimos eslabones de la misma -tanto por tierra, desde Toulouse, como por mar, desde Séte- fueron organizados y estaban servidos por guías republicanos españoles. Y que su máximo responsable -los libertarios repugnamos usar el término de jefe- era un maestro nacional de Huesca, asturiano de nacimiento, llamado Paco Ponzán Vidal.

Con anterioridad, y por razón de mi empleo como mecánico a bordo de un barco griego que batía pabellón panameño, yo ya había participado en la organización de la huida de un grupo importante de diamanteros de Amsterdam, todos judíos, en el otoño de 1940. Los llevamos hasta Lisboa, después de una escala fallida en Casablanca. Yo todavía me estoy preguntando cómo se las arreglaron para salir de Holanda, cruzar Bélgica y luego la zona norte de Francia, ocupada toda la zona llamada Libre y presentarse en el puerto de Séte como si tal cosa. Con sus coches, sus respectivas esposas y un equipaje tremendo. ¡Ah, y unos maletines de mano que no los soltaban ni para dormir!

O sea, que en punto a persecución de judíos, se ve que los alemanes no hilaban muy fino, según en qué ocasiones... En Séte los embarques debieron interrumpirse, en la primavera de 1943, a causa de la detención de un joven matrimonio belga, que se fue de la lengua... Entonces me trasladé a Marsella y a Niza, donde organicé algunas expediciones. Luego, presionado por nuestros protectores franceses, que me consideraban "quemado", se me pasaportó a la capital austríaca, donde estuve un año. Algún día diremos cuál fue nuestra actuación allí.

En mayo de 1944 ya estaba de nuevo en Francia: en París. Los españoles participamos activamente -tanto los de la Leclerc como los paisanos- en la liberación de la capital de Francia. Y semanas después, tras varios cambios de impresiones entre libertarios de la Lecrerc (Campos y Bullosa) y los del Comité Regional de París, nos incorporábamos clandestinamente a la 2ª División Blindada, con el único objeto de recuperar armamento ligero abandonado por los alemanes en el campo de batalla y enviarlo a Paris, con vistas a armar a gente nuestra destinada a ir a luchar a España. Algunos españoles estuvieron, incluso, entre los primeros que alcanzaron la casa donde veraneaba Hitler. Martín Bernal "Garcés" cuenta: "Yo pasé a Francia en agosto del 39, escapado de la prisión de Porta-Celi (Valencia) en compañía de varios paisanos maños.

Al cabo de ocho semanas de andar de noche y dormir de día llegamos a Francia. Allí me vi obligado a enrolarme en la Legión Extranjera, cuando los gendarmes franceses ya me conducían a la frontera -en el Senegal- y después participé en la campaña de Túnez, en la que me hirieron el 9 de mayo de 1943. Yo fui de los que se autoaplicaron el "traslado espontáneo", reuniéndome con los españoles de la División Leclerc.

Integrantes españoles de la "Nueve"

Con Federico Moreno fuimos subjefes de sección primero y de sección más tarde. A mí me hirieron de nuevo por tierras de Alsacia. En abril de 1945 cruzamos el Rhin y comenzó la invasión de Alemania. Mi sección fue una de las que participó en la última travesura de Leclerc, despegándonos primero del grueso de la columna, utilizando luego el "Itinerario por libre" fijado por él, y llegando casi los primeros a Berchtesgaden, el lugar de veraneo del Führer Adolfo Hitler. Y digo casi porque, con la sección de Moreno, nos tropezamos con unos cañones alemanes del 88 en el desfiladero de Inzell, ya muy cerca de nuestro objetivo final.

Y hasta que no acabamos con ellos no reemprendimos la marcha. Así que, al entrar en aquella villa tirolesa, por las calles ya se veían blindados de la 2ª División Blindada, de los que habían pasado por arriba... o por el medio, porque aquello fue algo parecido a la marcha sobre París. ¡No podía negarse que Leclerc era del arma de Caballería! No, yo no fui de los primeros en subir al Nido de Aguila de Hitler. La sección que acompañó al capitán Touyéres, de pie en su jeep, como un caballero de la Edad Media erguido en su montura, fue la 1ª, que mandaba Moreno. Nosotros -la 2ª - subimos detrás de ellos, en servicio de protección. Pero yo fui, eso sí, uno de los primeros españoles que entró en el Berghof de Hitler. Y experimenté, lo confieso, un gran alivio. Era como si, de pronto, hubiésemos lavado todas las afrentas que los republicanos españoles habíamos recibido desde 1936".
(www.artehistoria.com)

"Volveríamos a hacerlo"
"Dar al César lo que es del César". Es lo que ambiciona la periodista Evelyn Mesquida con su libro "La Nueve", que rescata del olvido el importante papel jugado por republicanos españoles en la II Guerra Mundial, enrolados en las filas francesas y siempre en primera línea contra los nazis, "Hasta ahora, estos hombres han estado olvidados. Es como un homenaje, como un reconocimiento, una forma de decirles gracias", explica Mesquida, quien considera que gracias a ellos, a su lucha por la libertad, hoy Europa vive en paz.

Editado por Ediciones B y prologado por el narrador, ensayista y político Jorge Semprún (Madrid, 1923), "La Nueve" salió publicado en España y posteriormente se publicó en 2009 en Francia, donde Mesquida vaticinó que "sería muy polémico", ...porque los franceses "están convencidos de que ellos lo habían hecho todo, y escuchar lo contrario no les gustaría nada".
La historia de miles de españoles que participaron en la II Guerra Mundial contra los nazis estuvo silenciada durante más de medio siglo. La razón principal es que la historiografía oficial francesa no podía permitir que un puñado de exiliados entrara en la leyenda de la Ciudad de la Luz.

La mayoría luchó en la Guerra Civil, y casi todos fueron cautivos y sufrieron humillaciones en los campos de concentración franceses del otro lado de los Pirineos o en Argelia. Sin embargo, en cuanto tuvieron la oportunidad, se enrolaron en las fuerzas de la Francia Libre de De Gaulle. Bajo el mando del general Leclerc, mataron y murieron en los campos de batalla del desierto o la campiña francesa. Incluso, alguno llegó hasta el corazón del III Reich que se desmoronaba.

Muchos de ellos formaban parte de "La Nueve", la primera compañía del segundo batallón de la Segunda División Blindada del Ejército francés. Era conocida así, 'La Nueve', en español, porque el 80% procedía de nuestro país. En recuerdo de su origen, los blindados en los que viajaban llevaban por nombre famosas batallas de la guerra española: Guadalajara, Teruel, Belchite...


Pero su empeño porque este libro viese la luz va más allá de la memoria histórica: "No
me gustaría morirme sin que Francia les rinda el homenaje que les debe". Y no es para menos -afirma la que fuese hasta el pasado año corresponsal en París durante tres décadas para el grupo Zeta-, ya que aquellos soldados, internados en campos de concentración franceses al final de la guerra de España, continuaron la lucha contra el fascismo italiano y el nazismo alemán, integrados en tropas galas. Junto a ellos lucharon y vencieron en numerosas batallas, incluida la derrota de los temibles Afrika Korps del mariscal Rommel, y luego, cuando en 1943 el aclamado general Leclerc formó la famosa Segunda División Acorazada, contó con los españoles.

La mayoría de aquellos veteranos republicanos fueron reagrupados en un batallón compuesto por cuatro compañías, cada una con más de un tercio de españoles, salvo la Nueve, española por excelencia y cuyo capitán, Raymond Dronne, no dudó en definir a sus hombres como "combatientes de la libertad". Con Leclerc, la Nueve se preparó en África e Inglaterra, desembarcó en Normandía, liberó París, sufrió los más duros combates para liberar Alsacia y su capital Estrasburgo y consiguió llegar hasta el mismo búnker de Hitler, en Berchtesgaden,
relata, admirada, Mesquida, en su libro, fruto de una década de trabajo.

El gusanillo de la curiosidad por esa excepcional historia colectiva se activó en Mesquida el día en que alguien le enseñó una foto de los hombres que liberaron París en agosto de 1944: "Eran españoles, estaban en Inglaterra, iban vestidos con uniformes americanos y en una compañía francesa, mientras otros españoles, muchos voluntarios y otros sorteados forzosos, los de la 250 Division Azul, eran enviados por el gobierno de Franco para ayudar a Hitler y sus tropas nazis en las estepas rusas, para mí era incomprensible". Y decidió tirar de la hebra y buscar una documentación que nunca fue fácil encontrar porque la historia francesa les borró.

En su búsqueda, Evelyn Mesquida ha conocido a hombres que tenían menos de 20 años cuando en 1936 empuñaron las armas por primera vez para defender a la República española y que no la abandonarían hasta ocho años después. Algo que a Mesquida le ha sorprendido de ellos es su "normalidad", hombres que habrían sido "banales" de no haber sido por las circunstancias históricas que les tocó vivir y que lucharon contra el fascismo "con una convicción total".

Otra cosa que le sorprendió es que todos "hablaban de traición, porque a todos al parecer les habían prometido que irían a España y luchaban con el camino de España delante". Sistemáticamente, Mesquida les preguntaba al final de sus entrevistas "¿Volverían ustedes a empezar?", y todos, sin excepción, le respondían: "Que sí, por supuesto que volverían a hacerlo".

Rodríguez Leira, un «magnífico tirador estrella del cañón antitanque» que cambió sus apellidos para ser López Cariño.

«Había varios gallegos que se hacían llamar Cariño para indicar de qué pueblo eran; algunos de otros sitios de España también hacían esto», sostiene la periodista Evelyn Mesquida. Es el caso de López Cariño, que en realidad se apellidaba Rodríguez Leira.

Mesquida sostiene que este grupo de españoles se habían alistado en 1936, al inicio de la guerra civil, cuando los más jóvenes tendrían 17 o 18 años y entraron en París el 24 de agosto de 1944 después de participar en tres guerras: la española, «defendiendo a la república», en África, luchando contra las fuerzas de Rommel, y en Francia, donde desembarcaron en Normandía en la compañía La Nueve, pero «no en el desembarco del 6 de junio, sino el 30 de julio y el 6 de agosto», sostiene la escritora.

En las fotos de la entrada en París aparecen tanquetas co nombres como Guadalajara, Teruel o Brunete sobre las que iban los españoles que luego continuarían hasta el refugio de Hitler, el llamado Nido de Águilas. Los 16 españoles que sobrevivieron a la contienda se quedaron exiliados en Francia.

Ahora, desde The Royal Green Jackets intentan rescatar la memoria de hombres como López Cariño. Manuel Arenas explica que para la organización de este homenaje «estamos en contacto con los familiares y nietos, que nos han dado el permiso para realizar dicho acto». En cuanto a este personaje destaca que era «un magnífico tirador estrella del cañón antitanque, que participó en una de las tres unidades más valientes de la Segunda Guerra Mundial».

Arenas recordó que la intención de la entidad es la de «rescatar, descubrir y reconocer aquellos personajes olvidados por la historia», que tienen relación con la ciudad o la provincia coruñesa «como Leslie Howard (actor de cine americano fallecido ante las costas de Cedeira en 1943), Diego del Barco (héroe coruñés de la Guerra de la Independencia), Manigault Gaulois (general francés que murió en la Batalla de La Coruña en enero de 1809), Sir John Moore o en este caso, López Cariño».


OCHO años pegando tiros quizás valieran la pena. El hombre aparece en la fotografía abrumado por tantas muestras de agradecimiento. Como si no fuera capaz de asimilar tanta alegría. La imagen fue portada en la prensa francesa a finales de agosto de 1944, y mostraba a la multitud aclamando a uno de los primeros soldados aliados en liberar París de las garras de los nazis.

Sin embargo, porta en su mano una bandera republicana española. Se llamaba Domingo Baños, y era extremeño. La historia de los españoles que participaron en la II Guerra Mundial contra los nazis estuvo silenciada durante más de medio siglo. La razón principal es que las historiografías oficiales franquista y francesa no podían permitir que un puñado de exiliados entrara en la leyenda de la Ciudad de la Luz luchando contra los aliados de Franco y sus generales.

La mayoría de aquellos guerreros luchó en la Guerra Civil, y casi todos fueron cautivos y sufrieron humillaciones en los campos de concentración franceses del otro lado de los Pirineos o en Argelia. Sin embargo, en cuanto tuvieron la oportunidad, se enrolaron en las fuerzas de la Francia Libre de De Gaulle. Bajo el mando del general Leclerc, mataron y murieron en los campos de batalla del desierto o la campiña francesa. Incluso, alguno llegó hasta el corazón del III Reich que se desmoronaba.

Muchos de ellos formaban parte de La Nueve, la primera compañía del segundo batallón de la Segunda División Blindada del Ejército francés. Era conocida así, 'La Nueve', en español, porque el 80% procedía de nuestro país. En recuerdo de su origen, los blindados en los que viajaban llevaban por nombre famosas batallas de la guerra española: Guadalajara, Teruel, Belchite...


Ocultos

Entre ellos había un puñado de extremeños. No se conoce el número exacto, ni tampoco demasiados detalles de los que sí están identificados. Tantas décadas de olvido son una losa demasiado pesada de levantar. Tampoco ayuda el que muchos se alistaran con nombres falsos. Querían evitar represalias para sus familias si les apresaban o se oía hablar de ellos en España y, además, bastantes habían desertado de las tropas francesas colaboracionistas para marcharse con Leclerc.

También influye el hecho de que muy pocos regresaran a España. La mayoría murió en combate o se quedó a vivir en Francia después de la guerra. Unos pocos autores han mantenido vivo el recuerdo de 'La Nueve'. Antonio Vilanova o Eduardo Pons Prades, por ejemplo. El último ejemplo es la escritora y periodista Evelyn Mesquida, que acaba de lanzar su libro 'La Nueve. Los españoles que liberaron París'.

La obra habla, por ejemplo de Baños, que viajaba a bordo del semioruga blindado 'Guadalajara', el primer vehículo aliado que entró en París. Fue en la noche del 24 de agosto, cuando apenas unos pocos hombres penetraron hasta el Ayuntamiento para tomar posesión de la ciudad.

Varios testimonios, como el de Pons Prades, aseguran que toda la dotación de este vehículo era extremeña, pero otras fuentes sitúan al mando a un alemán antifascista llamado Reitter, y a un vasco, Abenza, al volante. Pero todo el mundo coincide en que a bordo viajaba Baños, quien llegó a ser reconocido con la Cruz de Guerra con estrella de bronce.

Más difusa es aún la figura del sargento Domínguez 'El extremeño', llamado así para distinguirlo de otro valenciano del mismo apellido. De él se dice que recorrió con La Nueve toda Europa. De hecho, hay fotos que le sitúan en Berchtesgaden, la localidad de los Alpes Bávaros donde se encontraba el Nido del Águila, uno de los refugios de Hitler.

En mayo de 1945, Domínguez fue uno de los 16 españoles que tomaron uno de los últimos reductos del nazismo. En Normandía habían desembarcado 144 compatriotas apenas un año antes.

La historia del reloj

Pero quizás la historia más fantástica de todas fue la de Antonio Gutiérrez, González para muchos autores europeos. Cuenta la leyenda que fue el hombre que hizo rendirse a Von Choltitz, el jefe de las fuerzas alemanas en París. El mismo que se hizo famoso por no querer o no saber cumplir la orden del propio Hitler de destruir la capital francesa.

Hay muchas versiones del sucedido, pero todas confluyen en lo fundamental. En la mañana del 25 de agosto se registran duros combates frente al hotel Meurice, el mando de operaciones alemán. Tres hombres, entre los que se encontraba el extremeño Gutiérrez, rompen el cerco y consiguen entrar en las dependencias del comandante. Von Choltitz sólo consiente en rendirse ante un oficial, por lo que esperan a que llegue el teniente francés Karcher.

Bien porque se lo diera o porque se lo quitara, lo cierto es que Gutiérrez se quedó con el reloj de pulsera del teutón. El primero en reflejar el suceso fue Antonio Vilanova, hace casi 40 años. Él tuvo acceso a testimonios directos de los protagonistas.

Sin embargo, «Gutiérrez no formaba parte de La Nueve, era miembro de la resistencia», asegura a HOY Evelyn Mesquida, que también ha investigado su figura. Nada más se supo de él, aunque la escritora no tiene dudas de que la historia es cierta. «Hay multitud de detalles que confirman que fue así», asegura.

En el famoso best-seller 'Arde París', de Dominique Lapierre y Larry Collins, se concede todo el protagonismo del lance a Karcher.

Indomable

Hay un cuarto protagonista extremeño en esta historia, aunque tampoco luchó con Leclerc. Se trata de Manuel López, natural de Garrovillas. En la Guerra Civil luchó en Las Rozas, Arganda, Guadalajara y Levante; y ascendió a teniente. Huido a Francia, fue internado en un campo de concentración. La invasión alemana le pilló abriendo trincheras con una compañía de trabajo en la frontera franco-belga. Junto a un centenar de compañeros españoles, fue abandonado en un castillo.

Resistieron a los asaltantes alemanes con las pocas armas que encontraron, hasta que fueron hechos prisioneros. Sin embargo, López y cuatro compañeros más lograron escapar por la noche. En total, la mayoría de los republicanos españoles pasó ocho años en guerra por dos continentes y media docena de países. Sin embargo, desde que entraron en Francia vieron que esa vez sí que podían ganar.

Si en España tuvieron que luchar en inferioridad de condiciones, el material que les entregó el Ejército de EE. UU. les convenció de sus posibilidades. Porque eran duros. La experiencia y las penurias les hicieron grandes soldados. La Nueve era una fuerza de choque, siempre avanzaba por delante de la división.

Como dejó escrito Raymond Dronne, el capitán de la unidad, «Poseían ya la experiencia del combate. Y eran bravos, de una bravura a veces excesiva. [ ] No tenían oficio, solamente sabían pelear. Todos se pusieron al trabajo con ardor y corazón». MÁS INFORMACIÓN I E. Mesquida, 'La Nueve. Los españoles que liberaron París', Ediciones B, 2008.

www.lanueve.net




Al Oeste de Francia
(Bretagne y Loire Atlantique)

Los españoles de los Grupos de Trabajadores movilizados a la fuerzas por los alemanes en la "zona libre" trabajaban principalmente en Nantes, Saint Nazaire, Lorient y Brest.

En Nantes, los grupos españoles de sabotaje comenzaron a actuar en diciembre de 1940. Después de una investigación sumaria, la Gestapo fusiló en Nantes, el 13 de febrero de 1941, a cinco refugiados españoles, y 60 fueron deportados a los campos de Alemania. Pero el verdadero infierno era la base de Brest. He aquí el testimonio de un español que conoció la primera época de la construcción de la base:

"A las 5 de la mañana se presentó en el acantonamiento del 211. 1º Grupo de Trabajadores Españoles, estacionado en Elne (Pirineos Orientales), una caravana de camiones custodiada por los gendarmes y algunos alemanes vestidos de paisano, para trasladarnos a la fuerza a la zona ocupada. Cuando llegamos a Brest, fuimos internados en un campo rodeado de alambradas eléctricas. Los centinelas de las torres de guardia estaban armados con ametralladoras, y los obreros íbamos a trabajar a la base custodiados por los guardias alemanes y sus perros de presa. Los jefes y los "kapos" de la organización TODT pertenecían todos al partido nazi y se comportaban con la misma crueldad que los SS.

Trabajábamos en andamios montados a una altura vertiginosa sobre el mar o abríamos túneles bajo el agua con máquinas y cargas de dinamita, que la mayoría de los españoles no sabían manejar. La aviación inglesa bombardeaba con frecuencia este objetivo estratégico. Aturdidos por el ruido ensordecedor de las explosiones sentíamos al mismo tiempo alegría y temor entre el ir y venir de las ambulancias que transportaban los heridos y los muertos. Velilla, antiguo comisario y dirigente de la JSU, hombre de gran prestigio entre los jóvenes, fue uno de los numerosos muertos españoles.

No estuve mucho tiempo en aquella maldita base. Los camaradas preparen mi evasión para que fuese al Suroeste, donde ya había grupos españoles armados.". José Miret envió a Laborde (Salazar) en enero de 1942 a Bretagne para dirigir la organización española. Domínguez (Juan Montero) y Joaquín Barrios (Ricardo Díaz) eran los responsables en la ciudad de Rennes. El trabajo más urgente era la ayuda desde el exterior a las evasiones de los camaradas internados en Hennebont y en la base de Brest.

Los grupos organizados en las obras comenzaron los sabotajes y Garrido pudo establecer el contacto desde Saint Malo con los camaradas deportados en las islas de Jersey Guernesey. Hasta la gran redada del mes de junio de 1942, Laso dirigió la resistencia española en la base de Saint Nazaire con Martín y Turón. Una muchacha llamada Constancia servía de enlace con la dirección española de Nantes (Parra, Celso Díaz, Terriza y López) y con Rossi y Alfredo Gómez, responsables de los grupos de la M.O.I. Cerca de Saint Nazaire trabajaban tres Grupos de Trabajadores Españoles que tenían una organización muy sólida dirigida por Antonio Pérez, Escuer y Raso. Los camaradas deterioraban sistemáticamente las herramientas y el material, cortaban las líneas eléctricas y recuperaban los cartuchos de dinamita de los polvorines de las obras, distribuyéndolos en varios departamentos de la región para abastecer a los grupos armados.

En el mes de junio de 1942, comenzó la gran ofensiva de la Policía contra los resistentes españoles. Francisco Garzón fue detenido durante un transporte de explosivos procedentes del campo de aviación de Saint Jacques. La Policía redobló la vigilancia en las estaciones para descubrir el sistema de distribución de la propaganda clandestina. Eusebio Rojo fue detenido en la estación de Rennes y pocos días después cayó Vicente en las mismas circunstancias. Barrios fue detenido también, y más tarde deportado, e Iñigo Portillo fue torturado y asesinado por la Policía de esta capital.

También hubo 40 detenidos en Saint Nazaire y 20 en Nantes. Laso y casi todos los dirigentes cayeron en la redada y después de sufrir los "interrogatorios" fueron trasladados a la cárcel de La Santé de París, donde se reunieron con los españoles detenidos en otros departamentos. Ya conocemos el célebre proceso de los "terroristas" de la UNE, por el sucinto relato que figura en otro capítulo.

Laborde (Solazar) pudo llegar a Orleáns para buscar el contacto con París en aquellas difíciles circunstancias. La dirección decidió que él y Garrido continuaran dirigiendo los grupos españoles de Bretagne con una nueva identidad. Garrido volvió a Rennes y Laborde se instaló provisionalmente en Tours. Con grandes dificultades lograron reorganizar los grupos de Lorient y Brest.

El 30 de noviembre de 1942, Laborde y Garrido llegaron a París para entrevistarse con Perramón, secretario de organización del PCE. La citada cita tenía lugar en un café-bar, y apenas comenzada la conversación vieron salir de la cabina telefónica un individuo sospechoso. Pagaron y salieron lo más pronto posible de aquella ratonera, pero un coche se paró de seco delante de ellos cerrándoles el paso, mientras otros policías les rodeaban para impedir su huida.

"Luchando en tierras de Francia" Miguel Ángel Sanz
Ediciones de la Torre, Madrid 1981



Tras liberar el campo de concentración nazi de Buchenwald, en el que fueron asesinadas 43.000 personas, el general Patton obligó a civiles alemanes a recorrer el campo para que vieran lo que su país había hecho.

UNA FOTO ANALGÉSICA
Arturo Pérez Reverte

Hay una fotografía que me gusta mucho. La tengo delante mientras le pego a la tecla. Fue tomada en París el 26 de agosto de 1944, al día siguiente de la liberación de la ciudad por la 2ª División Blindada del general Leclerc, donde figuraban antiguos combatientes republicanos españoles. El día anterior, la división había entrado en la ciudad llevando en cabeza a la 9ª Compañía, tan llena de compatriotas nuestros que varios de sus vehículos tenían pintados los nombres de Brunete, Ebro, Belchite, Teruel, Guernica, Don Quijote y Guadalajara; y en los partes de combate con las órdenes que el capitán de la 9ª, Raymond Dronne, dio ese día a sus unidades de vanguardia, figuran los nombres de los jefes de algunas de éstas: Montoya, Moreno, Granell, Bernal, Campos y Elías.

La foto a la que me refiero es típica de la Liberación: arco de Triunfo, vehículos con soldados y la multitud entusiasmada. El semioruga que se ve en el centro de la imagen se llama Guernica y lleva a bordo a siete soldados: cinco de pie, el conductor y otro que va a su lado, también de pie. De los siete, este último es el único que no lleva puesto el casco. Es bajito –les llega a los otros, altos y apuestos, casi por los hombros–, lleva la camisa arremangada, y en vez de mirar al frente impasible y marcial como sus compañeros, mira a la gente con una gran sonrisa y un pitillo en la boca. Con esa foto suelo bromear, poniéndosela delante a los amigos: «Ejercicio de agudeza visual. Adivina quién es el español».

Hay fotos que queman la sangre y fotos analgésicas. Ésta es de las últimas. Cuando el telediario, el titular de periódico, la mirada que diriges alrededor o el espejo mismo te recuerdan con demasiada precisión en qué infame sitio vives, de qué peña formas parte y qué pocas esperanzas hay de que este patio de Monipodio llegue a ser algún día un lugar solidario, culto, limpio y libre, esa foto y algunas otras cosas por el estilo, que uno guarda en esa imaginaria lata de galletas parecida a la que usaba de niño para guardar tesoros –canicas, cromos, un tirachinas, una navaja de hoja rota, un soldadito de metal–, ayudan a soportar las ganas de echar la pota. Permiten mirar en torno buscando, más allá del primer y desolador vistazo, al fulano bajito y sonriente que, ajeno al protocolo solemne, mira a la gente, orgulloso, feliz de protagonizar tan espléndida revancha, cinco años después de haber pasado los Pirineos con el puño en alto, y en ellos quizá, apretado, un puñado de tierra española.

No sé cómo se llamaba el soldado del Guernica. Sólo sé que fue uno de los que cantaron ¡Ay Carmela! por las calles de París –el capitán Dronne lo cuenta en sus memorias– tras llegar hasta allí desde Argelia y el Chad, y luego siguieron peleando en Francia, Alsacia y Alemania hasta Berchtesgaden, la residencia alpina de Hitler. Él y los otros, que se echaron al monte al invadir Francia los alemanes o se alistaron en la Legión Extranjera, combatiendo en Narvik, Bir Hakeim, Montecassino, Normandía y la Selva Negra, llenando Francia de lápidas donde todavía hoy se lee Aux espagnols morts pour la liberté, consuelan la memoria cuando uno piensa en el modo miserable en que la Segunda República se fue al diablo; no sólo por la sublevación del ejército rebelde, sino también –qué mala información tenemos en este país idiota e irresponsable– por la vileza de una clase política mezquina, sin escrúpulos, capaz de convertir una oportunidad espléndida en un espectáculo siniestro. En una sangrienta cochinera.

Por eso me gusta tanto esa foto. Como digo, todos necesitamos analgésicos para ir tirando. Cada uno para lo suyo. Algunos, para hilar fino sin que el malestar, la náusea, te hagan meter a todo cristo en el mismo cazo. Es cierto que, en los últimos tiempos, en España ha tomado el relevo una nueva casta política irresponsable, infame sin distinción de ideologías, pegada a la ubre de los aparatos de sus partidos. Gente sin contacto con la vida real, que ni ha trabajado nunca de verdad ni tiene intención de hacerlo en su puta vida. Parásitos de la vida pública, profesionales del camelo y el cuento chino. Los que, amos de un tinglado nacional rehecho a su medida, ya nunca irán al paro. Y es cierto, también, que esa gentuza medra con la complicidad de una sociedad indiferente, acrítica, apoltronada y voluntariamente analfabeta, que sólo se acuerda de Santa Bárbara cuando le afecta a cada cual. Cuando truena. Esto es así, y el impulso, la tentación de mandarlo todo al diablo, ametrallando a mansalva, resulta lógico. Casi inevitable.

Por eso consuela tanto recordar, gracias a esa foto de París, que pese a todo, entre tanta basura y tanta chusma, siempre es posible dar con alguien que no se resigna. Que ni se rinde, ni traga. Tipos como el anónimo español de la División Leclerc: bajito, valeroso, descarado, sonriente. Con su pitillo. Capaz de recordarnos a todos, sesenta y cuatro años después, que siempre son posibles la dignidad y la vergüenza.

(Publicado en El Semanal, 14/09/2008)




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