Míkel Rodríguez Álvarez
La Guerrilla en el País Vasco
(Mikel Rodríguez Álvarez (Oiartzun, 1967). Licenciado en Historia por la Universidad de Deusto. Ha ejercido y ejerce la docencia en diversos institutos de Madrid y Navarra. Especialista en historia oral y en historia contemporánea del País Vasco, colabora con diversas instituciones y revistas, entre ellas Eusko Ikaskuntza, Historia y Vida e Historia 16, donde ha publicado decenas de artículos. Es autor, asimismo, de otro libro que recoge los testimonios de los nacionalistas vascos que participaron en la Segunda Guerra mundial (Memoria del Batallón Gernika) de próxima aparición. Es colaborador en la actualización de la Gran Enciclopedia Ilustrada del País Vasco de la editorial Auñamendi.)
Para los historiadores franquistas no existió guerrilla en las Vascongadas o Navarra. Ni para Eulogio Limia, ni para Francisco Aguado ni para Comín Colomer hubo una Agrupación Guerrillera de Euskadi. En realidad, aunque menos activos que en otras regiones, los maquis también actuaron en el País Vasco.
En agosto de 1944 se organizó una Brigada Vasca en el seno de la Unión Nacional Española. La decisión la tomaron en Pau, en el recién incautado consulado franquista, el general Fernández (comandante de la Agrupación Guerrillera de la UNE), el comandante Vallador (jefe de la División de los Bajos Pirineos) y Victorio Vicuña, alias "Julio Oria".
Este es su testimonio: "Cuando fracasó la operación “Reconquista de España” cambiamos de táctica. Suspendimos la operación, pero no la lucha armada ni el intento de introducir fuerzas armadas en España.
La nueva Dirección, en lugar de buscar un frente inmóvil, que estratégicamente era un error, buscaría meter pequeños grupos guerrilleros, armamento y cuadros políticos escogidos (...) Pensábamos que el Régimen se estaba tambaleando y que un esfuerzo de nuestra parte sería suficiente para derribarlo. Preparamos la Brigada Vasca para que entrase en pequeños grupos que fuesen la base de los destacamentos guerrilleros que actuasen en las zonas montañosas de Euskadi. Un grupo políticamente plural, que dominase el idioma y la geografía, para facilitar el contacto con los hijos del país.
Esta idea la tomamos Luis Fernández, que como bilbaíno conocía la situación del País Vasco y yo, que tenía en la cabeza cómo había fracasado nuestra primera incursión en España, dos años antes en Lérida, algo tan simple como porque nadie del grupo sabía catalán. El caso es que pusimos a un miembro de Acción Nacionalista, Ordoki, como jefe de Brigada y a un comunista de Irún, Esparza, como instructor político.
Les dimos las mejores armas, los mejores equipos de origen alemán, por los que muchos habían dejado su vida luchando y los mandamos para el aprendizaje a Sauveterre de Bearn. Y de la noche a la mañana desaparecieron sin decir nada, llevándose las armas y los camiones. Tenían que haber hablado como hacen los hombres, con limpieza y claridad, pero se fueron como hacen los ladrones, apoyándose en la oscuridad de la noche para irse a Burdeos y ponerse a las órdenes del coronel Druilhe, del Ejército francés. Allí hubo mucho oportunismo político, falta de lealtad y nosotros nunca hemos hablado de ello.
Lo cierto es que, desde el verano, agentes del PNV habían realizado una labor de zapa entre los guerrilleros, convenciéndoles de que debían salir del maquis español, por el bien de Euskadi. El lehendakari Aguirre, atado de pies y manos a Washington, no podía dejar vascos en las garras del comunismo moscovita. En diciembre se fueron con los franceses, a excepción de 17. Este hecho provocó una de las mejores frases de la II Guerra Mundial: Vicuña acudió a Burdeos, a quejarse de “la deserción” al coronel Druilhe. Este apoyó a los vascos y a los anarquistas del Batallón Libertad, que también habían abandonado la UNE. Y amenazó a los maquis españoles. Vicuña le respondió: "¿Nos amenaza? ¿Pero de verdad cree usted que, si no hemos tenido miedo de los alemanes, se lo vamos a tener a ustedes?"
El caso es que la pérdida de un centenar de guerrilleros dejó casi en cuadro el dispositivo que debía actuar en las Vascongadas. Aún así, de noviembre de 1944 a junio de 1945, pasaron 40 maquis en pequeños grupos. El último cayó en 1951, cuando Francisco Echeverría, "el rubio de Aranaz", cercado por la Guardia Civil, se suicidó en Oiartzun. No hay espacio aquí para relatar todas sus andanzas pero, como botón de muestra, esta es la historia del primer grupo, once valientes – diez hombres y una mujer – que desembarcaron en noviembre de 1944.
Punto del primer desembarco guerrillero, en Fuenterrabía, en una pequeña cala junto al Faro.(Extremo derecho de la panorámica)
La llegada del primer grupo
La noche del 18 al 19 de noviembre se produjo la primera incursión de la Agrupación Guerrillera de Euskadi: el desembarco en Hondarribia del grupo inicial. Lo mandaba Pedro Barroso, de Segovia y lo constituían el valenciano Alfredo Gandía; el hernaniarra Marcelo Usabiaga; Javier Lapeira, de Bilbao y Regino González, vecino de Donostia.
El veterano maquis Marcelo Usabiaga, superviviente de aquellos días, conversando con el profesor Mikel Rodríguez Álvarez, autor del libro. Después de haber sufrido 20 años de prisión en las cárceles franquistas, Marcelo seguía manteniendo una energía y memoria envidiables.
Al día siguiente, siguiendo el mismo itinerario, llegaron el eibartarra Víctor Lecumberri; Nicolás Chopitea, de Abanto; José González; Esteban Huerga; Manuel Micón y la zaragozana Victoria Castán. Pertenecían a la 102 División y todos eran veteranos del maquis, salvo Usabiaga, Chopitea y Lapeira, que acababan de huir de España.
Se les había incluido en el grupo a petición de Ramón Ormazábal, que los consideraba personas idóneas para reorganizar el PC de Euskadi. Su armamento consistía en 11 subfusiles, 11 pistolas, 33 cargadores y una veintena de granadas. Todos portaban cédulas personales, salvoconductos y fotos. Barroso guardaba consigo un listado de nombres y direcciones sin cifrar de elementos antifascistas con los que pensaba contactar. Un guerrillero nacionalista convaleciente en Sara de las heridas recibidas durante la invasión de Navarra había facilitado a los guerrilleros comunistas las identidades de los responsables de Eusko Naya (la inactiva resistencia nacionalista vasca), asegurando que podrían ayudarles.
Habían embarcado en Hendaia y tomaron tierra en Jaizquíbel. Los trasladó un contrabandista, Bernardo Zamora Iriarte Beñat, contratado por mediación del comandante de la Brigada Vasca, Kepa Ordoki. El viaje había costado 11.000 pesetas de la época, 1000 por cabeza. Durante el desembarco sucedió un hecho aparentemente trivial que tuvo posteriormente gran trascendencia: la pérdida de un cargador de una metralleta Sten.
Los maquis se refugiaron temporalmente en un caserío de Irún. Ante la falta de puntos de apoyo en la villa fronteriza, contactaron mediante una joven de la casa con José Aguilar, un comunista de Irún que les proporcionó una dirección en Donostia. Llegados a la capital, no les permitieron pasar la noche en la citada vivienda. Intentaron infructuosamente pernoctar en otros tres domicilios y finalmente, les acogieron en la residencia de los tíos de Regino González. Barroso, Lapeira y Gandía se trasladaron a Bilbao para establecer contactos. El grupo que desembarcó la noche siguiente también se dispersó: Lecumberri se desplazó a Eibar y Chopitea a Vitoria. En Santurtzi, Barroso se entrevistó con Ormazábal, delegado del Partido en Euzkadi, que le pidió ayuda para arrebatar el control del Partido a Luisillo. Barroso se negó porque sus instrucciones eran realizar funciones militares y no implicarse en cuestiones políticas. Durante la siguiente reunión, tanto él como Ormazábal fueron prendidos por la Policía en la calle San Francisco.
Mientras tanto, un soldado del Fuerte de Guadalupe ha encontrado el cargador y se lo ha entregado a un oficial. Éste ha alertado a la Brigada Político Social de Irún. La Policía, al mando del comisario Melitón Manzanas, ha localizado el caserío y detenido a Aguilar. Éste se derrumba durante el interrogatorio por las torturas, y confiesa la dirección que facilitó en Donostia. Los policías reconstruyeron el itinerario de los guerrilleros por la capital y finalmente llegaron al piso de los tíos de Regino. Allí capturaron a tres maquis, y los días siguientes apresaron en Gipuzkoa a 20 hombres y mujeres entre guerrilleros, enlaces y cuadros. En Vizcaya cayó la dirección de la zona fabril y bastantes militantes. Chopitea fue detenido en Vitoria y Lecumberri en Eibar. Del grupo, sólo Gandía pudo escapar. La aprehensión del listado de Barroso facilitó la labor de la Policía y provocó detenciones de muchos nacionalistas vascos y socialistas.
Hay que resaltar en honor de los guerrilleros que las personas con quienes contactaron y que no figuraban en el listado no fueron detenidas. Y eso, pese a las palizas de rigor, que se cebaron especialmente en Barroso y Lapeira. Durante el juicio, la aparición de una nómina resultó providencial para la mayoría. Barroso, como comandante, fue condenado a muerte y fusilado. Lapeira, por la agravante de haberse resistido a la detención, también fue sentenciado a la pena capital. Pero los demás, que figuraban como simples soldados en la nómina, tuvieron penas de veinte años y un día.
Gandía se reunió con Mateo Obra y Luisillo para reunir camaradas con los que iniciar la lucha armada. En marzo, visto lo infructuoso de sus intentos, Obra fue trasladado a los Picos de Europa y Gandía regresó a Francia por decisión propia. El valenciano intentó justificar su vuelta ante la Dirección y señalar culpables del fracaso de la operación, apuntando hacia Chopitea y Usabiaga. En la prisión de Ondarreta, Barroso, Lapeira y Usabiaga también realizaron un informe en el que explicaban las causas de su caída: la pérdida del cargador y el contacto con Aguilar, que no pudo soportar las torturas y les denunció. En realidad, el deambular nocturno del grupo por Donostia a la búsqueda de un lugar donde dormir apunta hacia la verdadera causa de su fracaso: la inexistencia de puntos de apoyo.
El comandante Aguado de la GC relataba así los hechos: "En la madrugada del 21 de noviembre de 1944, tuvieronse noticias de que en las inmediaciones del caserío de Mendeluazpi, habían estado durante unas horas cuatro hombres y una mujer. Todos procedían de Francia. Cruzada la frontera se habían tomado un descanso, con orden de internarse a continuación en territorio español. Sin embargo, los servicios de información funcionaron con rapidez y la Policía pudo dar con su escondite en San Sebastián tres días después. En primer lugar estaba Usabiaga, de profesión perito mercantil, como cerebro del grupo; luego un segundo apellidado González, muy idóneo para la agitación-propaganda; el tercero de oficio mecánico, poseía alguna experiencia en la preparación de artefactos explosivos; el cuarto actuaba como elemento auxiliar. En cuanto a la mujer Victoria, además de servir de amiga, actuaba como difusora de la propaganda y para la acción proselitista.
La investigación policial llegó hasta la casa que servía de cobijo a los infiltrados y por consiguiente había de contarse con algunos elementos conocedores de la frontera para la feliz realización de los pasos clandestinos. Esta labor estaba encomendada a otros dos elementos y a una mujer de nombre Benigna. Todos los infiltrados eran de notoria filiación comunista y poseedores de abundantes notas y direcciones para tomar contacto con nuevos adherentes, sobre los que realizar la preparación política eficiente. No obstante, la rápida captura del grupo impidió a sus componentes poner en marcha un plan de “guerrilla urbana” siguiendo las órdenes del Partido. Se supo al detalle la entrada de otro grupo “destinado a Bilbao” y que, agazapado en algún lugar seguro, aguardaba un momento propicio para enlazarse con el de San Sebastián y coordinar las acciones terroristas. Detenidos por la Policía, se anuló así el primer intento de lucha terrorista en las zonas urbanas del Norte."
La investigación policial llegó hasta la casa que servía de cobijo a los infiltrados y por consiguiente había de contarse con algunos elementos conocedores de la frontera para la feliz realización de los pasos clandestinos. Esta labor estaba encomendada a otros dos elementos y a una mujer de nombre Benigna. Todos los infiltrados eran de notoria filiación comunista y poseedores de abundantes notas y direcciones para tomar contacto con nuevos adherentes, sobre los que realizar la preparación política eficiente. No obstante, la rápida captura del grupo impidió a sus componentes poner en marcha un plan de “guerrilla urbana” siguiendo las órdenes del Partido. Se supo al detalle la entrada de otro grupo “destinado a Bilbao” y que, agazapado en algún lugar seguro, aguardaba un momento propicio para enlazarse con el de San Sebastián y coordinar las acciones terroristas. Detenidos por la Policía, se anuló así el primer intento de lucha terrorista en las zonas urbanas del Norte."
Marcelo Usabiaga recuerda aquellos hechos: "En el reparto de funciones del grupo que iba a actuar no se sabe dónde, si en Vizcaya, en Guipúzcoa o en Asturias, Barroso era el comandante, yo venía como jefe de agi/pro, Lapeira como técnico de organización... Eso se decidió en una reunión en el Hotel Bristol de Pau. No había absolutamente ningún objetivo. Yo en las reuniones estaba totalmente cohibido. Exteriormente decía que sí, pero interiormente... Lo único de lo que se habló era de que habría que atracar bancos para conseguir fondos, porque no traíamos un céntimo. Al último que vi en Francia antes de volver fue a Ordoki, que fue a despedirme cuando montaba en la lancha. Y me dijo, luego se lo he recordado y también me lo ha recordado él: “Me parece que esta es una aventura que va a salir mal”.
Barroso llevaba un listado de direcciones sin cifrar y otros papeles. Y la vida está llena de casualidades, porque cuando la detención esos papeles me libraron. Cada uno llevaba un naranjero con cargador, una pistola y en la mochila, dos cargadores más y dos bombas de piña. La caída fue porque el cargador se cae, rastrean, encuentran el caserío donde hemos estado y cometí la torpeza, confiado absolutamente en la fortaleza física y moral de Pepe Aguilar, combatiente de toda la vida, de absoluta confianza conmigo, luchador.
Estábamos en el caserío y el contrabandista nos iba a traer un taxi para llevarnos a la cuesta de Aldapeta, en San Sebastián. ¿Pero allí qué? Barroso tenía una lista y le dije: “Conozco en Irún a José Aguilar”. Y Barroso me dijo que era el jefe de la guerrilla en Irún, que lo tenía apuntado, pero que no sabe dónde vive. “Pues yo sí”. “Pues llámale”. Mandamos a la chica del caserío a buscarle. Dormimos allí. Y al día siguiente, a las dos de la tarde vino José Aguilar. Él se comprometió a buscarnos un piso en San Sebastián, la casa de Lirio. El contrabandista vino con el taxi y subimos cinco compañeros al piso de Lirio, en el barrio de Amara.
Él ya estaba avisado por Aguilar y me dijo que no podía quedarme. Y eso, a las once de la noche, cinco tíos con una pistola en el bolsillo cada uno, en San Sebastián. Entonces quedamos en que, como Lapeira, Barroso y Gandía se iban a Bilbao, para poder contactar nos enlazaríamos a través del bar de un tal Arjanaute, en la plaza del Buen Pastor, frente al lado del Koldo Mitxelena. Arjanaute había sido comandante del Batallón Meabe, de la JSU, y yo le conocí en Bilbao, cuando estaba en la ejecutiva de la JSU. Me había relacionado con él cuando estaba en el destacamento de Arrona. Quedé en que le comunicaría donde nos quedábamos para que los avisase cuando volvieran.
De allí fuimos a la calle Campanario, una dirección que también tenía Barroso, de un chico que había pasado a Francia. Les explicamos que veníamos escapados y nada. Desde allí acudimos a la dirección de una camarada del Partido que yo conocía, en Sagües. Todo esto ya serían las doce de la noche. Y el contrabandista con nosotros, porque se había quedado con las armas en Hondarribia y no podía perdernos la vista si queríamos contactar posteriormente.
Entonces Regino González, cuyos tíos vivían en San Sebastián, a la vista del panorama que hay y que no podemos quedarnos en ningún piso, nos dice que va a hablar con su tío, que vive en la calle San Martín, cerca del Buen Pastor. A las doce, los cinco tíos esperando abajo. Al final allí nos quedamos él y yo. Beñat, cuando íbamos a despedirnos, me dijo que ya no volvía. Se intuía algo, quizá la chica del caserío le dijo algo... No sé, se olía alguna cosa. Se fue a Francia, a Hendaya, a una dirección que conocíamos y quedamos en que le avisaríamos cuando pudiéramos ir a recoger las armas.
Al día siguiente fui al bar de Arjanaute. Me dijo: “Vamos a pasear, que aquí está mal hablar”. Fuimos a pasear hasta cerca de La Brecha y me dijo que “a santo de qué le metíamos en esa cuestión, que él no quería complicarse en cuestiones de bombas y metralletas, pero que contactaría con Lapeira”.
En fin, que como no había sitio para quedarnos en San Sebastián, tuvimos que quedarnos en casa del pariente de Regino, que era hacerle una buena faena. Infraestructura nula, eso me desesperaba. Y se lo decía a Barroso en la cárcel y no me entendía. Pero el problema de la detención fue que no podías perder el contacto con el contrabandista ni tampoco con los que habían ido a Bilbao. Mientras, la Policía ha localizado el caserío, ha localizado a la chica y a Pepe Aguilar. Y Pepe les pone en la pista del piso de Lirio. Y Lirio sabe nuestra dirección para dársela a los que tenían que contactar con nosotros. Y así caímos.
La Caída del grupo
Lapeira vino de Bilbao, habló con Arjanaute y apareció en el piso a las cuatro. Nos dijo cómo habían andado por Bilbao, quedamos de nuevo a las nueve de la noche y salió para hacer una gestión. Le dije que fuera puntual. La Policía entró a las ocho y media siguiendo la pista de Lirio. ¡Y yo sabía que a las nueve venía!
Era Melitón Manzanas, Jefe de la Brigada Político Social en Guipúzcoa, un verdadero psicópata que disfrutaba con su trabajo, un sádico torturador que me conocía muy bien de antes de la guerra, y otro que tenía un obrador en Irún. Y tuvimos la mala suerte de que nos iban a llevar a las ocho y media pero, entre los tíos de Regino, la prima, nosotros dos y cuatro policías no cabíamos en el coche. Y le dijo al chófer: “¡Vete a la Avenida y coge dos taxis!”. Y en ese crítico momento llega Lapeira, no ve nada raro, sube al piso y le enganchan. Si tarda un cuarto de hora, no nos encuentra y se salva. Y si viene cinco minutos antes, ve el coche de la Policía ahí al lado y se larga. De la caída del segundo grupo no sé detalles, pero fue un desastre aquello. Cayeron montones de personas que no eran colaboradores activos, ni enlaces, sólo amigos, conocidos que habían hablado con nosotros.
Manzanas nos frió a preguntas a Regino, a Lapeira y a mí. Luego nos llevó a la Comandancia Militar, de la Avenida de Francia. Como Irún estaba quemado, cuando me sacaron de la comisaría de la calle Aduana y me llevaron atado por todo el paseo Colón a las tres de la mañana, estaba seguro que me iban a fusilar. Además, al salir, Manzanas les dijo a los dos policías armadas: “¡A éste, ya sabéis, a la mínima, fuego!”. Estaba seguro de que iban a darme el paseo. Convencido de que me llevaban a Plaiaundi, a darme "el paseo".
Pasado el primer susto, en la Comandancia Militar estuve repasando mentalmente cómo habíamos caído. Me habían hecho descalzar y me pisaron los pies. Yo no dije ningún nombre, porque a partir de Arjanaute podían haber cogido a más gente. A mí no me apretaron mucho, esa es la verdad, porque pensaron que los enlaces los tenía el que había ido a Bilbao. Pero la paliza a Lapeira fue de abrigo. Y tampoco dijo ningún nombre.
Estando allí, llegó la visita del coronel Ibáñez, que era el segundo jefe de fronteras, conocido de mi tía Rosa. Tenía amistad con él y le avisó. Entró en la habitación y se puso fuera de sí: “¡Estás loco! ¡Estáis locos! ¿Qué cojones venís a hacer aquí? ¡Te va a costar caro esto! Me ha dicho tu tía que venga a verte, pero no te voy a dar ningún optimismo, ¿eh? ¡Estáis perdidos! Van a hacer un consejo sumarísimo en 48 horas y os fusilan. Ya sabéis que yo no soy fascista, no soy de Falange, soy monárquico de toda la vida, pero...”. Y yo acojonado allí.
Luego me llevaron a la cárcel de Ondarreta. Me llamó el director, Ramón Otalora y Barrientos, a quien conocía de Valencia, porque era inspector cuando yo estuve condenado en San Miguel de los Reyes, en 1939. Me llamó al despacho. Cuando yo me fugué de Arrona, dependía de Ondarreta. Y me llevaba conducido el jefe de servicio, Echarte, un navarro de Pamplona, buena persona, que había sido jefe del destacamento. Conmigo se portó muy bien y me decía “En buena te has metido. ¿Cómo se te ocurre venir aquí?”. Y el Director le dijo: “A éste llévele usted al último rincón de la cárcel, al último agujero, donde no vuelva a ver el sol, para que se pudra allí”. Y me llevaron a una habitación donde había ataúdes. ¡Joder, que volví a pensar que me pegaban un tiro! Durante el proceso judicial, en la celda, mi problema era si podría morir valientemente. En mi celda, ensayaba la pose que iba a poner ante el pelotón. Todo el día en la celda, sin tener qué hacer. Nos defendió en el jucio un conocido militar de Irún, que luego se ha hecho jesuita.
Estaba convencido de que no había solución, porque habían fusilado por mucho menos. Cuando el juicio, resultó que uno de los venidos de Francia, y te aseguro que yo no, llevaba, asómbrate, la nómina con los nombres de los once, firmada por cada uno, con lo que cobrábamos en francos. ¿Tú crees posible eso? Y nos salvamos porque ponía: “Barroso, comandante; Gandía, capitán; Regino, teniente; Usabiaga, Lapeira, Chopitea, soldados...”. Y, claro, la salvación: “Yo, desde luego, soldado. Yo hacía lo que me decían los jefes”. Si en el expediente o en las declaraciones se llega a descubrir que yo venía como jefe de agi-pro y Lapeira como secretario, otro gallo nos cantaba.
Y esa fue la atenuante. Al final, pena de muerte para Barroso y Lapeira, éste con la agravente de “resistencia a la autoridad”, porque cuando le detuvieron abrió la puerta la prima de Regino, pero Manzanas estaba escondido detrás con la pistola y Lapeira se llevó la mano a la pistola del bolsillo. Todo muy exagerado. Todos los demás, 20 años y un día de cárcel. También había acabado la guerra, y quizá Franco no podía seguir fusilando a mansalva. Pero eso es difícil de saberlo ahora, porque en 1945 se fusilaron a montones de personas.
El 30 de noviembre, a causa del listado de Barroso, la represión policial cayó sobre Eusko Naya. Fueron arrestados numerosos nacionalistas, sobre todo en Vizcaya, y otros tuvieron que escapar a Francia. También consecuencia del apresamiento del primer grupo, fue la detención en San Sebastián de una red establecida en septiembre para conseguir salvoconductos y documentación. Un policía, fingiéndose maquis recién llegado del exterior, se presentó al contacto José Esquizabel, dueño de un bar. A partir de él fue arrestado Alejandro Irízar, secretario del Ayuntamiento de Ormaiztegi, que conseguía impresos oficiales y papel timbrado merced a su puesto.
Según Francisco Aguado, también cayeron varios enlaces y dos maquis recién llegados de Francia: "En diciembre del mismo año (1944), prodújose en San Sebastián la desarticulación de uno de estos dispositivos de paso, que había sido preparado minuciosamente desde hacía algún tiempo. De esta forma, los pasos por la frontera guipuzcoana quedaron “quemados” por algún tiempo. Más tarde volverían a establecerse para alimentar el bandolerismo de Galicia, Asturias o Santander."
* El presente trabajo está extraído del libro “Maquis. La guerrilla vasca 1938-1961” de editorial Txalaparta.
Notas:
(1) PONS PRADES, E.: Guerrillas españolas 1936-60.-
(2) ARASA, Daniel: Años 40. Los maquis y el PCE.-
(4) F. AGUADO: El Maquis en España
*Colaboración del profesor Mikel Rodríguez Álvarez
Las Chekas de Melitón Manzanas
Hablan las víctimas de Melitón Manzanas
María Antonia Iglesias 28/01/2001 • La primera Medalla de Oro al Mérito Civil, que ha concedido el Gobierno de Jose María Aznar a una víctima del terrorismo de ETA, ha recaído en alguien verdaderamente singular, alguien cuyo solo nombre ha logrado revolver la memoria de nuestro pasado más oscuro: el policía torturador Melitón Manzanas.
Los demócratas vascos, tan golpeados por el terrorismo de hoy, apenas salen de su asombro del reconocimiento de los méritos de Melitón Manzanas, personaje de acreditada biografía como policía torturador durante la dictadura. Sindicalistas, nacionalistas, miembros del PSOE y del PCE, pasaron por las implacables manos de Melitón Manzanas y soportaron sus temidos interrogatorios en las comisarías de Irún y San Sebastián. La despertada memoria de aquellos años de plomo determina a algunas de sus víctimas a recuperar, en primera persona, las sensaciones del dolor y la humillación a las que fueron sometidos. Otros prefieren ocultarse, ¡todavía! detrás de un velo de silencio, de pudor y dignidad.
La polémica medalla al Mérito Civil concedida al policía Manzanas viene a cerrar el círculo imposible de la biografía honorífica de este siniestro personaje. Porque su terrible eficacia policial está acreditada por un total de 50 felicitaciones públicas, otorgadas por el régimen franquista junto con otra singular condecoración: la Cruz del Mérito Policial, con distintivo rojo que la dictadura le concedió en 1964. Para entonces Melitón Manzanas dirigía la represión en Euskadi como jefe de la Brigada Político Social de San Sebastián.
Melitón había iniciado su meteórica carrera en el Cuerpo General de Policía de Irún, en 1938, donde instaló uno de sus temidas chekas (centros de interrogatorios) y desde donde colaboraría, activamente, con los nazis durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Manzanas simultaneaba su trabajo policial con negocios poco claros que le supusieron la apertura de un expediente disciplinario. Dicho expediente se cerró, oportunamente, a raíz de su ascenso y traslado a San Sebastián, donde sería el brazo derecho del gobernador civil Valencia Ramón. Los policías Félix Ábalos, Antonio Murga, Eloy Palomo, Jesús Ortega, Pérez Abril y Sierra Gabalzón formaban su equipo,trabajo los policías frecuentaban, junto a su jefe, el Bar Regio de San Sebastián. Enfundado en su gabardina blanca, calada una boina negra que enmarcaba su cara redonda, Manzanas chiquiteaba también en algunos bares de la parte Vieja: 'Alardeaba, en voz alta, de las redadas y hazañas que llevaba a cabo y algunos nos pudimos poner a salvo escuchando de su propia boca los planes que preparaba' asegura un veterano militante comunista que prefiere mantener, aún hoy, su anonimato. se encargaban de interrogar a los detenidos antes de que pasaran por las manos de Manzanas.
Lenchu, la hija del fallecido presidente del PSOE, Ramón Rubial, recuerda las palabras que salieron de la boca de su padre el día que ETA asesinó a Melitón Manzanas: 'Ese era un torturador, mala gente... Lo dijo en voz baja, pero muy clara, porque mi padre era una persona a la que no le gustaba recordar los sufrimientos del pasado'. A finales de 1944, fracasó el intento de fuga de Ramón Rubial en un campo de trabajo instalado en la Babcock & Wilcox cerca de Oyarzun, en las peñas de Aya. Melitón Manzanas se encargó de conducir al dirigente socialista hasta San Sebastián. Según Lenchu, su padre le contó que ya en sus dependencias de la Brigada Político-Social, Manzanas le torturó reiteradamente. 'Mi padre nunca quiso contarnos a la familia lo que le hizo Manzanas, que le interrogó personalmente, pero sé que sufrió mucho'.
Otras voces surgen desde el silencio que ahora se rompe. Una, bien precisa, es la de Jokin Itza, veterano militante del PNV, que coincidió en la cárcel de Ondarreta con algunas personas de diversas organizaciones que pasaron por las manos del policía. 'A Timoteo Plaza, un militante comunista de Elizondo, le dieron una paliza tremenda. A otro de Elgoibar, Amanci Conde, que participó en la huelga del 47, casi le matan de las palizas que le dieron. Y recuerdo muy bien a Juan Aguirre, de Erandio, que cuando salió de la checa de Melitón Manzanas pesaba treinta kilos menos que cuando entró, y... Mi compañero Juancho Aguirre se estremecía contándome cómo Manzanas torturó al jefe de los anarquistas vascos, Auspicio Ruiz'. El viejo militante nacionalista asegura que el policía ahora condecorado torturó incluso a mujeres y da nombres y apellidos: 'María y Carmen Villar, de Vergara, y la madre de Miren Azcárate, miembro de la Academia de la Lengua Vasca...'
En 1956 cae en las manos de Manzanas alguien insospechado para quienes sólo han relacionado al detenido con el mundo de la literatura: el escritor Luis Martín Santos, consagrado por su novela Tiempo de silencio. Cayó porque era el responsable del PSOE en Guipúzcoa y uno de los que trabajaban en la reconstrucción del partido en el interior del país. Su hermano Leandro recuerda como el padre de ambos, general de Sanidad del ejército franquista en el frente del Ebro, se presentó en la Dirección General de Seguridad, con el uniforme de general y todas sus medallas, para pedir la libertad de su hijo Luis sin lograr nada... Pero es en la segunda detención, en San Sebastián, cuando Luis Martín Santos es interrogado personalmente, por Melitón Manzanas... Su hermano Leandro asegura que Luis nunca le habló de torturas y hace una afirmación sorprendente: 'De torturas nada de nada; además Melitón Manzanas era un simple policía de fronteras y todo lo que se está haciendo ahora contra él es un montaje'...
Sin embargo, el doctor Luis Galuf, amigo personal de Luis Martín Santos establece una versión bien diferente: 'A Martín Santos lo detuvo Manzanas, pero Luis consiguió escapar de la comisaría y pudo ir a su casa, para esconder la máquina de escribir y sus papeles en el transformador de los aparatos de rayos X de su padre. A mí me contó luego como fue la primera parte de su interrogatorio y me dijo que Manzanas le había torturado; pero nunca me quiso decir lo que le habían hecho.'
Versiones mucho más contradictorias aparecen en la periferia de luchador antifranquista de Enrique Múgica. El entonces militante del PCE y hoy Defensor del Pueblo, niega de forma tajante y escueta cualquier relación con Melitón Manzanas y mucho menos las torturas a las que, según algunos testimonios de la época, fue sometido: 'Nunca le conocí, nunca me detuvo, nunca me torturó', asegura Múgica. Sin embargo, son varias las versiones de militantes del PCE que consideran 'realmente imposible' que Múgica no conociera a Melitón Manzanas y atestiguan haber estado junto a Múgica 'a la misma hora y en el mismo bar en el que Manzanas acudía para espiarnos'. Teo Uriarte, en su día miembro de la Bitziar-Tipía que decidió el atentado contra Melitón Manzanas, sonríe: '¡Es imposible, imposible que Múgica no conociera a Melitón Manzanas!'
En la caída del PCE, a principios de 1960, José Luis López de Lacalle, el periodista recientemente asesinado por ETA, dio con sus huesos en la cárcel de Martutene. Antes había pasado por la checa de Manzanas. Quienes le pudieron visitar después comprobaron que tenía los pies en carne viva, que le había interrogado aplicándole cigarrillos, descargas eléctricas... Xavier Apaolaza, militante del PNV no olvidará jamás los tres días que pasó soportando las torturas que le aplicaba Manzanas: 'Fue muy duro lo que nos hicieron en aquella comisaría de San Sebastián. Nos golpearon brutalmente y luego Manzanas me colocó un bolígrafo entre los dedos de una mano y comenzó a apretarme las uñas haciendo girar el bolígrafo... Sentí un dolor insoportable'...
Ildefonso Poncho, Aguirre, miembro de la escisión del PNV hacia EGUI (embrión de lo que sería más tarde la primera ETA) recuerda con precisión sorprendente sus dos caídas en manos de Manzanas. Y eso a pesar de que entonces tenía 31 años, hoy 70. 'Recuerdo con horror, aquellos interrogatorios de Manzanas por las tardes, cuando empezaban los golpes, las patadas salvajes, los insultos soeces... La segunda vez que caí me obligaron a desnudarme, me ataron de pies y manos, me arrodillaron sobre un montón de gravilla, me presionaban los pies, me daban tortazos tremendos. Manzanas me decía que la hija que esperaba mi mujer no era mía, que era de Julen Madariaga, porque un día le habían visto salir de casa. Me impedían dormir y Manzanas me pegó con una porra de goma porque no le entendí lo que le preguntaba. Una vez que se me cayeron los calzoncillos, mientras estaba atado de rodillas sobre la gravilla, Manzanas y todos se reían de mis genitales'.
Poncho Iriarte recuerda, vivísimamente, el aspecto lamentable que tenían los rubios, 'porque los rubios enseguida se amoratan con los golpes, y recuerdo al pobre de Jose Ramón Rekalde desfigurado por las magulladuras, con la camisa rota y destrozada, y al pobre de Julen Madariaga con las gafas rotas, que no veía nada porque era miope, y a Rafa Albizu, y vi a muchos jóvenes torturados, porque Manzanas se ensañaba sobre todo con los trabajadores'.
María Jesús tenía 20 años y era militante del PCE cuando conoció al policía torturador: 'El personalmente me pegó de forma brutal en los interrogatorios. Me llamaba la puta del Partido, era un hombre sádico y cruel, era una auténtica fiera'. Chus no se olvida de que cuando la trasladaron a la cárcel de Ventas enseguida fue a visitarla su abogado, José Ramón Rekalde, este socialista luchador y veterano que hace poco estuvo a punto de perder la vida a manos de ETA.. Chus Muñoz, como todos los supervivientes del policía torturador, está estupefacta ante la decisión del Gobierno de condecorar a Manzanas: 'Esos partidos que han aprobado esa ley y el Gobierno que ha decidido aplicarla, deberían de haber evitado esa afrenta, por respeto a nuestra dignidad y a la democracia'.
Condecoración a Manzanas: "Él era el más bestia de todos"
Mikel Jaúregui • «Estaba en su despacho, detrás de la mesa. Era de cara redonda y resaltaban, sobre todo, sus ojos. Una vez iniciado el interrogatorio, en el que participó directamente, habló a gritos, como un loco. Parecía un histérico». Así recuerda el tolosarra Juanito Ugarte a Melitón Manzanas González. Ugarte, que fue detenido en 1963, pudo comprobar en sus propias carnes cómo actuaba el inspector jefe del Cuerpo General de Policía y jefe de la Brigada Social muerto por ETA el 2 de agosto de 1968.
Este vecino de Tolosa es uno de los cientos de detenidos que tuvieron «la oportunidad» de conocer in situ a Melitón Manzanas y sus particulares métodos para «sonsacar información» a los vascos que detenía la Policía.
«Yo era militante de ELA y Manzanas, tal pronto me vio, gritó: ''Este ha estado en Inglaterra instruyéndose con el Partido Laborista. ¡Aquí está prohibido sindicarse!''. No me pegó, pero pasé un miedo terrible», aseguró.
Muchos otros no corrieron la misma suerte que Ugarte. Entre ellos, el también tolosarra Ramón Urruzola, que fue detenido «en el 65 o en el 66, no lo sé con exactitud. Ha pasado mucho tiempo y ya lo tenía olvidado, pero cuando oí lo de la condecoración por la radio... Tras pasar por la Comandancia me llevaron a su despacho del Gobierno Civil de Donostia, en el que también había unos cuantos policías. Manzanas llevaba puesto un guante de cuero. Creo que era un fetiche para él y tuve la ocasión de probarlo, ya que me sacudía con esa mano. Desde pequeño apenas he tenido olfato, pero aún recuerdo el olor de aquel guante».
Detenido en 1962, Valentín Angiozar define a Manzanas como un «sátiro y un obseso. Todo lo que pueda decir de él es poco. ''Te estaba esperando desde hace un año'', me dijo cuando me llevaron ante él».
«Martutene, la salvación»
El 28 de agosto de 1961 es una fecha que Pontxo Iriarte no olvidará. «Policías de Madrid me detuvieron en la fábrica y me llevaron al Gobierno Civil. En el sótano, me dieron una página en blanco y me dijeron: ''Diga usted todo lo que sepa''. Cuando me llevaron al despacho de Melitón Manzanas, la página seguía en blanco. Los policías Pérez Abril y Gabaldón y el propio Manzanas, éste con una porra, me dieron una paliza», explicó.
Ese primer día en el que estuvo detenido recibió, tal y como define el mismo Iriarte, «otra sesión» por parte de los dos policías. Sesión que volvió a repetirse por la noche. «Echaron gravilla en el suelo e hicieron que me arrodillara, lo que me producía rasguños. Con las manos en la espalda, me pateaban y daban golpes detrás de la cabeza. Estuve así unas tres horas».
Cuando le llevaron de vuelta al calabozo, logró conciliar el sueño. «Puedo dormir, incluso, encima de una piedra». No obstante, le despertaron a las 3.00. El motivo, «una nueva sesión. Me daban patadas en el estómago, golpes en la cabeza... Fue terrorífico. Eran unos animales, pero el más bestia de todos era Melitón Manzanas».
Al parecer, a éste no le gustó demasiado que Iriarte lograra dormir aquella noche. «Por la mañana me llevaron a su despacho. Me tuvo allí, de pie, toda la mañana, gritándome ''¡a mí no me engañas!''. En una de ésas, inconscientemente, le pregunté qué me había dicho. Agarró la famosa porra y me dio una paliza. ''Ahora sí que vas a dormir bien'', me decía».
Los sistemas de interrogatorio se repitieron los dos siguientes días. «Cuando al cuarto día me llevaron a la cárcel de Martutene, fue la salvación», afirmó.
No obstante, su «relación» con Manzanas no acabó ahí. En diciembre de ese mismo año, Iriarte fue detenido por segunda vez. «Caímos mucha gente, entre ellos José Ramón Rekalde, al que dieron una paliza. Nosotros, sin embargo, recibimos aún más, con Manzanas otra vez de por medio. Era un asesino», señaló.
Xabier Apaolaza, que «conoció» a Manzanas en vísperas del Aberri Eguna de 1968, añade otra característica a la figura del inspector jefe. «Estuve tres días en el Gobierno Civil, durante los cuales recibí malos tratos. En aquellos momentos tan duros, de vez en cuando, aparecía por los interrogatorios un hombre que me decía: ''Tranquilo chaval, que no pasa nada''. Cuando pregunté quién era aquel buen hombre, me respondieron que había conocido a Melitón Manzanas. No me lo podía creer».
Todos coinciden en que la gran obsesión de Melitón Manzanas era «ver a todos los detenidos frente a frente» y participar en el interrogatorio. «Seguía la pista a todos. Tenía información detallada de todos».
Melitón Manzanas, el torturador
Melitón Manzanas González (San Sebastián, 1909-1968) fue un policía español durante el Régimen franquista, colaborador con la Gestapo durante la Segunda Guerra Mundial, y jefe de la Brigada Político-Social de Guipúzcoa, fue junto con José Ángel Pardines Arcay, asesinado el 7 de junio de 1968, una de las primeras víctimas mortales de la organización terrorista Euskadi Ta Askatasuna (ETA).
En 2001, fue distinguido a título póstumo con Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo, lo cual fue objeto de polémica al haber trabajado como torturador en el desempeño de sus funciones contra los opositores al régimen y ser símbolo de la represión franquista.
Estudió peritaje en la capital donostiarra y en 1936, tras el estallido de la guerra civil, fue encarcelado por las autoridades republicanas a causa de sus simpatías con las tropas sublevadas. Permaneció recluido en el Fuerte de Guadalupe hasta septiembre de 1936, cuando las tropas sublevadas toman la ciudad. Se une entonces a la guerra hasta el final del conflicto.
Entró a formar parte del Cuerpo General de Policía en 1941, con el grado de inspector en Irún, desde donde pasó a la Brigada Político-Social de Guipúzcoa, de la que terminó siendo jefe. Muchos de los detenidos políticos de distintas ideologías que cayeron en sus manos han coincidido en señalarle como un torturador brutal. Su labor policial le convirtió, a ojos de los opositores, en el principal exponente de la represión de la dictadura franquista en el País Vasco.
La dirección de ETA decidió asesinarle mediante la llamada "Operación Sagarra" ("manzana" en euskera), llevando a cabo el primer asesinato político premeditado y planeado por la organización, en él sin embargo también murió el etarra Txabi Etxebarrieta). El 2 de agosto de 1968 los tres etarras encargados de darle muerte le esperaron frente a su domicilio en Irún, un chalet llamado Villa Arana, recibiendo hasta siete disparos. El atentado fue reivindicado ante la televisión belga. El etarra Xabier Izko de la Iglesia fue acusado años más tarde del asesinato, aunque siempre negó haber sido él quien quitó la vida a Manzanas. El inspector estaba casado y tenía una hija.
En enero de 2001, el gobierno de José María Aznar concedió a Melitón Manzanas la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo a título póstumo, en aplicación de la ley 32/1999, de 8 de octubre de solidaridad con las víctimas del terrorismo, que había sido aprobada por unanimidad. Esta decisión provocó protestas en numerosos sectores de la oposición y asociaciones civiles, como Gesto por la Paz, Comisiones Obreras, UGT, el Parlamento de Navarra,[9] Izquierda Unida, que arguyeron que el "justo reconocimiento" a las víctimas del terrorismo no podía hacerse "a cualquier precio" y que la medalla suponía "avalar la trayectoria de un torturador, ligado a una dictadura inhumana y cruel, que perseguía, encarcelaba y fusilaba a personas inocentes, que defendían pacíficamente la democracia y las libertades", en palabras de Javier Madrazo (coordinador general de Ezker Batua-Berdeak), así como de Amnistía Internacional. El Tribunal Supremo avaló la concesión de esta medalla de acuerdo con la ley.
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